4/22/2009

REGINA



Hoy he conocido a Regina, una jarrillera (portugaluja) de noventa años. Estaba tomando fotos del palacio santurzano que se ve detrás (tan mal conservado por la administración pública), cuando se me ofreció para sacarme una foto a mí delante de su fachada. Al final, como podéis ver, fui yo quien le saqué una foto a ella acariciando uno de los leones que antaño flanqueban la entrada. El león bien podría ser una metáfora de la vida, que le arrebató a su madre cuando contaba ocho años, pero que la compensó con una buena memoria y con una gran capacidad para componer versos, algunos de los cuales me recitó durante un breve paseo que dimos entre el palacio y el parque. Movida, quizá, por la soledad me contó muchas cosas de sí misma: de su gusto por los niños y por los animales; de su casa en planta baja de La Florida (barrio de Portugalete) y de sus escapadas por la ría en el bote de su padre. Pero sobre todo de sus versos, de los concursos en los que había participado y de lo orgullosa que se sentía de esa capacidad suya, de la cual, no obstante, se cuidaba de no alardear (yo he sido hoy una excepción). Quedamos en saludarnos otro día que nos veamos.

4 comentarios:

Nómada planetario dijo...

Descubre uno de vez en cuando gente así de maravillosa.
Un saludo desde un atardecer donde la tierra respira humedad bajo el sol.

Glo dijo...

Un saludo, nómada.

Mertxe dijo...

Al poco de venir a Mataró hice amistad con el señor Jordi, un octogenario de la casa de enfrente. Todo empezó porque en los días de verano asomábamos nuestros respectivo bustos a nuestros respectivos balcones (¡menudas cofas!)para ver cómo se encendían en cielo y el mar al amanecer. Luego nos encontrábamos por el paseo marítimo y él me contaba historias y más historias, la mitad en catalán, la mitas en castellano. Murió hace tres años y le echo de menos. Son deliciosas estas gentes tan mayores, y un pozo de sabiduría con frecuencia.

Glo dijo...

Cuando estuve en la Cruz Roja, conocí a un caballero afable que había sido minero en La Arboleda. Ayudábamos a su mujer a bajar a la calle, pues no tenían ascensor y necesitaba silla de ruedas. Su única hija cuidaba de los dos con gran esfuerzo. Al cabo de unos años volví a encontrar a la hija y me dijo que, no sólo su madre había fallecido (como era previsible dado su mala salud), sino también su padre. La noticia de la muerte de aquel hombre tan expresivo y lleno de vida me produjo más impresión que la de personas más próximas. Por inesperada, supongo. Yo "contaba" con aquel hombre.