4/24/2013

LOS PORTUGUESES EN LA RUTA DE LA CHINA

1. Marco Polo y el Extremo Oriente

Con el descubrimiento para Europa del camino hacia la India en 1498 Portugal obtuvo acceso directo al Oriente y a sus codiciados productos. De repente, comenzaron a afluir a Lisboa, en las naos de la carreira da Índia, cantidades anteriormente inimaginables de drogas, especias, sedas, porcelanas, piedras preciosas, y otras muchas mercancías exóticas. La revolución económica protagonizada por los portugueses se complementaría rápidamente gracias a transformaciones de orden cultural. Las noticias recogidas en los puertos del Indostán, en el vasto y misterioso mundo asiático, permitirían ampliar los horizontes geográficos europeos y reformular las imágenes tradicionales del mundo.

Antes del viaje de Vasco da Gama, los portugueses cultos podían obtener de forma eventual algunas informaciones sobre el Extremo Oriente. En los siglos anteriores muchos viajeros europeos, sobre todo misioneros y comerciantes, habían recorrido ya las rutas de Asia. Durante casi un siglo, a partir del siglo XIII, el imperio mongol unificó extensas áreas del Asia central y oriental. La tolerancia de los kanes hacia los extranjeros y la seguridad de las vías terrestres garantizada por la administración mongol posibilitaron el acceso de los europeos a las regiones orientales más remotas. A su regreso a Europa, algunos de los viajeros que atravesaron los caminos de Asia prepararon minuciosos relatos de sus andanzas. Aunque con desigual fortuna literaria, muchos de estos textos circularon por Europa en copias manuscritas. El comerciante veneciano Marco Polo, que viajó durante más de veinte años por Oriente, fue ciertamente el más célebre de aquéllos caminantes. Su Libro de las Maravillas, redactado hacia 1292, dio a conocer a Occidente las maravillas y riquezas del Catay, del Mangi y de Cipango, fabulosos reinos situados en la extremidad más distante del continente euroasiático.

Después de la caída del imperio mongol, a mediados del siglo XIV, las rutas terrestres se cerraron de nuevo, y los europeos se vieron impedidos para viajar al Extremo Oriente. Las mercancías de lujo originarias de esas regiones, como la seda, la porcelana, el almizcle y el alcanfor siguieron llegando a Europa, en cantidades reducidas y a precios demasiado elevados. Pero la corriente de noticias se interrumpió. Los relatos de los viajeros medievales, con todo, siguieron circulando, difundiendo informaciones sobre Asia oriental cada vez más anacrónicas y fantasiosas. Ecos de esos viajes llegaron a Portugal, antes de terminarse el siglo XV. La biblioteca real, en tiempos de D. Duarte, poseía ejemplares manuscritos del Libro de Marco Polo. Pero el pequeño reino del occidente de la Península Ibérica no parece haber manifestado demasiado interés por el Extremo Oriente. Por un lado, los intereses políticos, económicos y culturales de los portugueses se dirigían tradicionalmente hacia el Atlántico y hacia ambas orillas del Mediterráneo occidental. Por otro lado, los navegantes lusitanos se hallaban ocupados activamente en la exploración de la costa occidental africana. Ninguna razón práctica habría justificado el interés portugués por regiones asiáticas consideradas demasiado lejanas.

En la Península Ibérica, a lo largo del siglo XV, sólo un hombre parece interesado por el Asia Oriental: Cristóbal Colón. El futuro Almirante de las Indias, aunque había realizado su aprendizaje náutico en Portugal, era de origen genovés. Y los Estados italianos, entre otras regiones europeas, estaban desde tiempos remotos a la vanguardia de las relaciones con Oriente. Colón acabaría recibiendo apoyo de Castilla para la realización de su proyecto asiático: alcanzar el Extremo Oriente navegando hacia occidente. Mientras, al partir de Palos, en 1492, para su gran viaje, Colón llevaba a bordo de sus navíos cartas diplomáticas para el Gran Kan de Catay. Hacía más de cien años que los mongoles habían sido expulsados de China, pero esta noticia no había llegado todavía a Europa. Los medios cultos occidentales continuaban estudiando geografía asiática en la obra de Marco Polo, o en alguna de sus seguidores cartográficos, como Abraham Cresques (Atlas catalán, 1385) y Fra Mauro (Planisferio, 1459).

2. Nacimiento de la imagen de China

China era un término geográfico perfectamente desconocido en la Europa de entonces. Pero en los años que siguieron a la llegada de la flota de Vasco da Gama a la India, las informaciones recogidas localmente por los portugueses acabaron haciendo realidad a ese término, contribuyendo a la difusión en Europa de una imagen extraordinariamente positiva de la tierra de los chin. Poco a poco, la China, a la que no se identifica inmediatamente con el Catay medieval, [523] va surgiendo como un reino fabulosamente rico y poderoso, que desempeñaba un papel central en la vida política, económica y cultural de todo el Extremo Oriente.

Los primeros informes recogidos, naturalmente, se relacionan con el mundo del comercio, dado que los portugueses estaban en Asia, en primer lugar, para comerciar. Al regresar a Lisboa en 1499 Vasco da Gama traía consigo muestras de los más importantes productos asiáticos, entre los cuales había varios artículos de porcelana, que fueron muy apreciados en la Corte. En un informe enviado a Roma, ese mismo año, D. Manuel I mencionaba ya estas piezas, destacando que eran originarias "de otras provincias de fuera de la India".

En 1502 aparece en las fuentes portuguesas la más antigua mención explícita de China. Ese año un anónimo cartógrafo portugués dibujó en Lisboa el llamado Planisferio de Cantino, donde se presentaba, por primera vez, una imagen mínimamente realista de muchas regiones asiáticas, resultado de indagaciones efectuadas por los capitanes y marineros portugueses. Una leyenda colocada junto a Malaca se refería a la tierra de los chin y enumeraba varios productos originarios de esa desconocida región, tales como el ruibarbo, las perlas, el almizcle y las porcelanas finas. Pero se trataba todavía de noticias de segunda mano, vagas e inseguras. La utilización del término chino parece ser una novedad absoluta en las fuentes europeas de la época. En sus primeros viajes a Oriente, los portugueses establecieron numerosos contactos con mercaderes asiáticos, estando acompañadas las transacciones comerciales por el intercambio de informes de carácter geográfico. De este modo, la China y los chin, que serían transcripciones aproximadas de términos en circulación en la India, hacen su entrada en la cultura europea.

El estado de los conocimientos portugueses respecto de los chinos se manifiesta claramente en un documento regio de 1508, en el que D. Manuel I encarga a Diego Lopes de Sequeira un viaje de exploración a Malaca. El soberano recomendaba con particular insistencia a su capitán la recogida de datos fidedignos sobre los chin, y en particular sobre su aspecto físico, tipo de alimentación y vestuario, armas utilizadas, capacidad bélica, modelos de barcos, lengua hablada, creencias y costumbres, extensión de su tierra, relaciones con otros pueblos orientales, etc. En fin, con respecto a los chinos, la ignorancia portuguesa era casi total.

Lopes de Sequeira, que efectivamente tocó puerto en Malaca en 1509, tuvo oportunidad de cumplir una parte de las instrucciones regias, ya que en el puerto de esa ciudad encontró a varios juncos originarios del Celeste Imperio. Los chinos impresionaron a los portugueses por su color blanco y su comportamiento extremadamente civilizado. La primera confraternización luso-china tuvo lugar alrededor de una mesa. Los portugueses descubren, con admiración, que los chinos se parecen a los alemanes, por su vestuario y sus maneras; que "comen toda vianda", es decir, que no obedecen a prohibiciones alimentarias, al contrario que los pueblos contactados anteriormente en otras regiones asiáticas; y que beben con frecuencia, en pequeños vasos de "porcelana". El primer encuentro entre representantes del Extremo Occidente y del Extremo Oriente es francamente amistoso; de un lado y de otro se descubren afinidades de civilización. Dos años más tarde, en 1511, Alfonso de Albuquerque conquistaba Malaca, cumpliendo un paso más de su proyecto imperial, que preveía el establecimiento de bases portuguesas en lugares estratégicos del océano índico, ligadas entre si por poderosas flota. En el puerto de la ciudad malaya se produce un nuevo y amigable encuentro con los chinos, que, además, prestan auxilio a los portugueses durante el ataque a la plaza.

3. Los portugueses en China (1513-1515)

La conquista de Malaca abrió a los portugueses las principales rutas marítimas del Extremo Oriente. Desde entre importante puerto comercial malayo, los navíos lusitanos, utilizando sistemáticamente los servicios de pilotos asiáticos, iniciaron una rápida aproximación a los principales centros productores o distribuidores de mercancías exóticas. Según noticias recogidas en Malaca, junto a los chinos que afluían a esta ciudad regularmente, el Imperio del Medio era un gran exportador de valiosas mercancías. En una carta de 1512, Alfonso de Albuquerque informaba detalladamente a la corona portuguesa sobre la extensa red comercial que se extendía hacia el este de Malaca, China figuraba en esa relación como gran proveedora de seda, de porcelanas, y también de almizcle, ruibarbo, aljófar, alcanfor y piedra de alumbre. Al mismo tiempo, se la consideraba importante consumidora de pimienta. El gobernador esbozaba ya una geografía de trueques que podría ponerse en práctica en cuanto la navegación lusitana alcanzase el litoral chino: la pimienta adquirida en Malabar o en los puertos del Sudeste Asiático se intercambiaría ventajosamente por todas esas mercancías de lujo.

Pero Albuquerque tomó otras iniciativas, en el sentido de informar a la corona lusitana sobre China. Por un lado, organizó el envío a Lisboa de un chino, como testigo viviente de las diferencias y semejanzas antropológicas de las que se hablaba en las relaciones portuguesas. Por otro lado, entregó al rey D. Manuel algunos objetos relacionados con el Celeste Imperio: un libro chino impreso (que en 1514 sería ofrecido por Tristâo da Cunha al papa León X) y un mapa de origen presuntamente javanés, en el que estaba representado el litoral de China.

Todavía en 1512, los portugueses recogían en Malaca, de mercaderes chinos, las primeras informaciones cartográficas sobre el Celeste Imperio. Como [525] resultado, el piloto y cartógrafo Francisco Rodrigues preparó ese año una serie de mapas, en los que se presentaba un esbozo compuesto de toda la costa china. Uno de los mapas representaba el litoral de Cantón [en chino Guarigzhou (Nota del traductor)], destacando algunas de la islas en las que se efectuaban los intercambios comerciales entre chinos y extranjeros. Una de esas islas ostentaba la leyenda "en esta isla fondean los juncos de la China". Se trataba de la isla de la mercancía, en la que los juncos de Malaca realizaban sus intercambios con los chinos. En el mismo mapa se representaba también de manera simbólica la "ciudad de China", es decir, Cantón, la gran metrópoli meridional. Tales esbozos cartográficos anunciaban ya la intención portuguesa de alcanzar la China.

En 1513, dos años después de la conquista de Malaca, los primeros portugueses llegaban a Tamâo, la isla de la mercancía, donde efectuaron provechosas transacciones comerciales. Jorge Álvares regresó a Malaca en 1514, con un cargamento en el que destacaban mercancías como seda blanca, damascos y brocados, almizcle, aljófar y porcelanas, y también productos más corrientes, pero no menos esenciales, como el azufre y el salitre, utilizados en la fabricación de pólvora. Según rumores que, poco después, circulaban en los medios ultramarinos, sería tan ventajoso llevar pimienta de Malaca a China, viaje que no duraba más de un mes, como llevar la misma cantidad de pimienta para el Reino, en un largo trayecto que podía durar más de un año de navegación.

El Celeste Imperio se transformó, de inmediato, en un importante polo de atracción, suscitando la curiosidad y la codicia de los portugueses. Quince años después de la llegada de Vasco da Gama a Calicut, se habían establecido los primeros contactos directos, por vía exclusivamente marítima, entre Europa y China. En 1515 se llevó a cabo una nueva expedición a la costa china, esta vez mandada por Rafael Perestrelo, pariente de Cristóbal Colón. Este viaje confirmó todas las expectativas portuguesas. Por un lado, los chinos acogían de buena gana a los barcos provenientes de Malaca y se mostraban igualmente empeñados en establecer relaciones mercantiles regulares. Por otro lado, el comerciante portugués, al igual que su antecesor, obtuvo ganancias desmesuradas en su viaje al litoral cantonés. Una fuente contemporánea refiere que Perestrelo habría obtenido una ganancia casi veinte veces superior a la inversión inicial. Finalmente, el comerciante portugués confirmaba el interés chino por la pimienta, producto al que los portugueses tenían fácil acceso.

4. Primeras descripciones de China (1515-1516)

Entre 1515 y 1516 Tomé Pires y Duarte Barbosa, dos funcionarios de la administración portuguesa oriental, prepararon tratados geográficos globales [526] sobre el Oriente -la Suma Oriental y el Livro das coisas do Oriente, respectivamente- basándose en intensas vivencias ultramarinas y en informaciones orales recogidas localmente. Como era inevitable que sucediese, ambos dedicaron un gran espacio a la China, que se consideraba una región especialmente atractiva, en particular por la fama de sus inmensas riquezas.

El boticario Tomé Pires, que ejerció funciones en Malaca, aun cuando elogiase algunos aspectos de la realidad china en su tratado, se mostraba sorprendido por la fama que China gozaba en el Sudeste Asiático. Según la Suma, las cosas que se contaban de ese imperio "más se creerían en verdad que las hubiere en nuestro Portugal, que no en China". Y, como consecuencia, discutía seriamente las posibilidades de conquista del Celeste Imperio por los portugueses. En su opinión, "con sólo diez barcos", Alfonso de Albuquerque no tendría ninguna dificultad en someter "a toda la China del litoral".

La Suma Oriental registra importantes datos sobre el sistema tributario que en esa época regulaba las relaciones exteriores de China. Tomé Pires es quizá el primer europeo que destaca que solamente embajadas tributarias eran autorizadas a desembarcar en territorio imperial. Misiones diplomáticas de este tipo, originarias de muchas regiones del Extremo Oriente, frecuentaban periódicamente el litoral chino con el fin de renovar la sumisión formal respecto al Hijo del Cielo. Estas embajadas solían ser aprovechadas normalmente por ambas partes involucradas para la práctica de un comercio que de otro modo las autoridades centrales restringían bastante. La dinastía Ming, desde mediados del siglo XV, había adoptado una posición abiertamente hostil a todos los contactos con los extranjeros, cultivando un aislamiento deliberado, e incluso una abierta xenofobia.

El boticario portugués enumera las mercancías intercambiadas por ambas partes, con ocasión de estas embajadas formales. Los enviados extranjeros traían productos tan valiosos como la pimienta, el sándalo blanco, la madera de áloe, el ámbar, pedrerías finas y también aves embalsamadas, las célebres aves del paraíso, originarias de Insulindia. A cambio los chinos proporcionaban sobre todo varios tipos de sedas, y también aljófar, almizcle en polvo y en buches, alcanfor de farmacia, ruibarbo, piedra de alumbre, salitre, azufre, cobre y hierro. En cuanto a las porcelanas, según afirmaba Pires, eran infinitas, y sería demasiado prolijo hacer una lista detallada.

El Libro de Duarte Barbosa, por su lado, confirmaba todas estas informaciones, añadiendo algunas otras inéditas. El funcionario de la factoría de Cananor se refería correctamente a los principales productos de origen chino, atribuyendo especial relieve a la porcelana, cuya fabricación describe pormenorizadamente. Según este autor, las porcelanas se fabricarían con una masa formada por caracoles de mar molidos, cáscaras y claras de huevo, y a esto se añadían otros materiales desconocidos; posteriormente esta pasta se enterraba durante muchos decenios, aumentando la calidad con el paso del tiempo. En China la fabricación de porcelana estaba rodeada sin duda de un enorme secretismo, lo que explicaría las fantasías de Duarte Barbosa. El Libro contiene asimismo informaciones sobre varios usos y costumbres de los chinos, como maneras de comportarse en la mesa y tipos de vestimentas. Barbosa destaca que, según le fue informado, "los habitantes de este reino son grandes comerciantes, son hombres blancos y bien dispuestos". Dedica una atención especial a las mujeres chinas, "de cuerpos muy hermosos".

Las informaciones de Tomé Pires y de Duarte Barbosa, consideradas en conjunto, trazan un esbozo bastante riguroso de las principales características de los chinos y, sobre todo, de la geografía comercial de China. Estas informaciones van a permitir a los portugueses en los años siguientes intervenir, de manera cada vez más amplia y eficaz en ese importante mercado asiático. El plan inicial de la Corona portuguesa, que preveía una simple conexión comercial entre Lisboa y los puertos del litoral occidental del Indostán, por la recién abierta ruta del Cabo, se vio superado rápidamente, debido a una creciente participación en las principales líneas comerciales interasiáticas. Con el pasar de los años los barcos portugueses se van involucrando cada vez más intensamente en la compleja red mercantil que abarcaba todo el Oriente. En las regiones más alejadas, que se extendían más allá del estrecho de Singapur [llamado también "de Malaca" (N. del T.)], China comienza a imponerse como socio comercial de consideración.

5. La embajada de Tomé Pires (1517-1521)

La corona portuguesa, al recibir noticias tan estimulantes sobre las potencialidades económicas de China, delineó un ambicioso plan para establecerse en la costa de ese imperio. D. Manuel I, igual que sucedió en el caso del Indostán y del Sudeste Asiático, pretendía establecer una factoría lusitana en las costas del Celeste Imperio, con el fin de poder controlar el provechoso tráfico que se realizaba entre Cantón y Malaca, canalizando algunos de esos movimientos en dirección a Europa. El monarca portugués, al mismo tiempo, trataba de ocupar posiciones en terreno asiático, haciendo frente a las pretensiones del vecino reino de España que, en esos mismos años, con la expedición de Fernâo de Magalhâes [el Magallanes de los españoles (N. del T.)], trataba desesperadamente de abrir un camino hacia las islas de la Especieria, como alternativa a la ruta del Cabo, monopolizada por los portugueses.

El historiador especializado en el siglo XVI Joâo de Barros confirma, en una de sus obras, que el-rei D. Manuel, al haber sido informado por sus capitanes de las riquezas existentes en aquellas regiones orientales, decidió enviar [528] una flota para descubrirlas. Le interesaba principalmente China, pues le había dicho que se trataba de uno de los dos reinos "más ricos y poderosos que había del cabo Comorín en adelante" (Década III [Lisboa, 1563]). La flota lusa, cuyo mando le fue asignado a Fernâo Peres de Andrade, arribaría a la costa de Cantón en 1517. Detalle importante: los barcos portugueses llevaban a bordo a Tomé Pires, el antiguo administrador de Malaca, que iba investido de las funciones de embajador. El autor de la Suma Oriental debería solicitar audiencia formal al soberano chino, tratando de establecer relaciones mercantiles sobre una base segura; simultáneamente, trataría de obtener autorización para construir una factoría portuguesa.

Tomé Pires, como los autores "quinientistas" no olvidan subrayar, era culto pero de origen modesto, poco indicado para el cargo de embajador. Las relaciones con China eran todavía inseguras y la misión exigía un hombre de baja condición social, que pudiese ser sacrificado a los intereses del Estado, como de hecho sucedió. El boticario tenía la ventaja de conocer bien las drogas y las especias orientales, que manejaba desde hacía largos años. Así, podría hacer un inventario riguroso de las potencialidades chinas en esta materia, aprovechando también la expedición para recoger informes circunstanciados de carácter geográfico y etnográfico.

Pero la embajada de Tomé Pires no llegó a alcanzar sus objetivos. El embajador y su comitiva, tras una breve visita a Pekín, fueron apresados, y las relaciones con los portugueses fueron interrumpidas formalmente. En un primer momento todo pareció marchar de la mejor manera posible. Pires bajó a tierra, se instaló en Cantón, y portugueses y chinos habían iniciado un pacífico intercambio, mientras se esperaba de Pekín la autorización imperial para que el embajador siguiese el camino hasta la capital. Pero el comportamiento de los portugueses comenzó a despertar desconfianza y animosidad para las autoridades provinciales del Kuangtung [hoy Guangdong (N. del T.)].

Los marineros y soldados portugueses, en la costa de China, se portaron de una forma que les era habitual, abriendo fuego de artillería, involucrándose en escenas de violencia, no respetando la autoridad de los mandarines locales, comprando mujeres y niños, no mostrando el debido respeto por las normas chinas de convivencia. Otros factores contribuyeron asimismo al empeoramiento de la imagen portuguesa. En primer lugar, los bárbaros extranjeros trataron de construir una factoría fortificada en territorio chino. A continuación osaron aplicar la pena de muerte a uno de los suyos. Más tarde, además de todas las manifestaciones de falta de respeto, se constató que la carta de las autoridades portuguesas, de la que se esperaba sometimiento y humildad, trataba al emperador chino de igual a igual, abuso de confianza inédito y temerario. Finalmente, los portugueses fueron denunciados en la corte china como violentos conquistadores por emisarios del antiguo rey de Malaca. [529]

Es obvio que el exclusivismo y la deliberada política de aislamiento practicados por China contribuyeron también a malograr la primera misión lusa. Pero la responsabilidad principal recae en la prepotencia y enorme falta de tacto demonstradas por los portugueses. En realidad, la primera aproximación formal de Portugal al Imperio del Medio se produjo de forma poco prometedora. La anterior experiencia oriental no preparó a la gente lusa para la confrontación con esta gigantesca potencia. En otras regiones de Asia, como en la India, por ejemplo, los portugueses habían conseguido establecerse por medio de la hábil explotación de los conflictos y rivalidades que enfrentaban a los pequeños Estados costeros, como Calicut o Cochín. Pero en China se hallaron ante un Estado muy poderoso, rigurosamente unificado y rígidamente centralizado, que controlaba celosamente la más pequeña parcela de territorio y al más insignificante de sus súbditos.

Por si fuera poco, la ideología oficial china, de raíz confuciana, consideraba al Celeste Imperio superior y diferente a todos los vecinos bárbaros. Por ello consideraba con desprecio e indiferencia todos los contactos con el exterior. Una aproximación en términos diplomáticos europeos, como la intentada por los portugueses entre 1517 y 1521, tenía que fracasar forzosamente ante una potencia tan impenetrable y autosuficiente. Así, en el último año, se prohibió a los barcos portugueses que recalaran en puertos de la costa china. A los propios comerciantes chinos, como más tarde sucedió, se les prohibió acceder al puerto de Malaca.

6. Contrabando y piratería en la costa china

En 1521 y 1522, cerca de la isla de Taman, se entablaban violentos enfrentamientos entre barcos portugueses que no respetaban las prohibiciones oficiales y la flota costera china, con innumerables víctimas por ambas partes. A partir de 1523, y por un período de casi diez años, no hay ninguna noticia, en la documentación de la época, sobre viajes portugueses a la costa meridional de China. De este modo, una relación que había comenzado de forma tan prometedora se había interrumpido súbitamente, a causa de los inevitables choques entre dos civilizaciones tan diferentes, con maneras de ver el mundo y de considerar los contactos con el otro tan distintas.

Por una singular coincidencia, D. Manuel I moría en 1521, exactamente en el momento en que las relaciones sino-portuguesas conocían una ruptura violenta. Con el monarca lusitano moría también un vasto proyecto imperial, que había previsto incluso la construcción de una fortaleza en las islas cercanas a la costa de Cantón, y asimismo el mantenimiento de una flota permanente en el mar de China Meridional, que proporcionase protección a la navegación [530] mercante. D. Joâo III, sucesor del Rei Venturoso, enfrentado a una pesada herencia ultramarina, difícil de gestionar, adoptaría soluciones más realistas, más adecuadas a las limitadas posibilidades de las gentes lusas. Se abandona completamente la idea de un establecimiento permanente en la costa china. En los años siguientes la mirada de la Corona se desviaría hacia las Molucas, donde la intempestiva llegada de la flota de Magallanes venía a plantear el candente problema de la posesión de aquel remoto archipiélago, sobre la base de los acuerdos de Tordesillas.

Con todo, este cambio de actitud no significó de ninguna manera una quiebra total de las relaciones luso-chinas. Los navíos de Malaca, después de los enfrentamientos de 1521 y 1522, empiezan a recurrir a mercados alternativos. Así, pues, se hacen con las sedas, las porcelanas y otras mercancías originarias de China en puertos frecuentados por los juncos chinos, como Pâo (Pahang) y Patane (Patani), en la costa oriental de la península de Malaca, Sunda (Bantam), en la isla de Java, y Odiá (Ayut'ia, o Ayuthia), en el reino de Siam. El flujo de productos chinos en dirección a Malaca, aunque notablemente reducido, y cuyos precios habían aumentado, no se interrumpió.

En 1527 las autoridades de Malaca recibían instrucciones del Reino, en el sentido de intentar reanudar las relaciones con los puertos de la China, pero esta vez con moldes completamente distintos. D. Joâo III, más pragmático que su antecesor, o quizá mejor conocedor de los mecanismos que regulaban la política exterior del Celeste Imperio, abandonaba todas las pretensiones de construir una base portuguesa en las islas de Cantón, y tendía al restablecimiento de nexos puramente mercantiles con el fin de atraer de nuevo a Malaca, y a las rutas controladas por los portugueses, el riquísimo tráfico chino.

Pero no se tarda en restablecer las relaciones entre la plaza portuguesa y el litoral chino. En las provincias meridionales de la China poderosísimos intereses económicos se superponen a las prohibiciones imperiales. Hacia 1530 juncos del Fujian visitaban de nuevo Malaca. Pocos años más tarde hay noticias de expediciones portuguesas en dirección a los puertos de esa provincia china. Este período de la historia de las relaciones luso-chinas es particularmente poco conocido, por la ingente falta de documentación. La inexistencia de acuerdos formales entre Portugal y China provocó el desarrollo del contrabando. En esa misma época se vivía una situación confusa en ciertas zonas de la costa china, constantemente asolada por expediciones piratas. La guerra civil que entonces se extendía por el Japón, con la multiplicación de bandas armadas, fomentaba, en parte, la piratería. Pero en ella participaban también chinos, e incluso portugueses, en asociaciones temporales e informales.

La escasez de documentos de este período se ve compensada por la riqueza de las informaciones proporcionadas por Fernâo Mendes Pinto, en la Peregrinaçâo (Lisboa, 1614). El célebre viajero conoció bien el mar de China Meridional, [531] por el que navegó largos años. En sus memorias Mendes Pinto menciona la realización de numerosas expediciones portuguesas a las costas chinas, entre 1534 y 1542. Aun cuando la historicidad de la Peregrinaçâo ha sido puesta en duda frecuentemente, es muy probable que estas noticias contengan un fondo de verdad. Si así fuese, se vería confirmada la constante presencia de barcos portugueses en las costas de China, a lo largo de los años de prohibición del comercio, e incluso la existencia de algunos puertos de depósito permanentes o factorías, el más famoso de los cuales se localizaría en Liampó, en las proximidades de la ciudad de Ningpo [hoy Ningbo (N. del T.)]. Durante estos años de contrabando y piratería, los portugueses continúan, pues, frecuentando muchas regiones costeras del Celeste Imperio, desde la isla de Hainán [Hainan en chino (N. del T.)], cercana al golfo del Tonkín, hasta casi las inmediaciones de la gran ciudad de Nankín [en chino Nanjing (N. del T.)], en la provincia de Nanchilili. En algunos puntos de la extensa faja costera china fundan establecimientos semipermanentes, ciertamente con la connivencia de las autoridades locales. La cartografía de la época da fe de la presencia portuguesa en China. Así, por ejemplo, un Planisferio de Diogo Ribeiro, fechado en 1529, representa de una manera bastante realista la costa de China, registrando numerosos topónimos de sabor lusitano, a lo largo de la faja costera que se extiende de Cantón hacia el este y noreste, en dirección a Nankín. El cartógrafo portugués, aun cuando estuviese al servicio de España, continuaba recibiendo informaciones actualizadas, de innegable origen portugués, provenientes del Extremo Oriente. Significativamente, Ribeiro dibujó una bandera de Castilla junto al topónimo "China", tomando postura inequívoca en el debate que en esos años oponía a los reinos peninsulares sobre la definición de las áreas de influencia en el Extremo Oriente. Pero se trataba solamente de una declaración de intenciones, ya que en esta época los portugueses eran el único país europeo que frecuentaba esas regiones.

Más tarde, a finales del siglo XVI, Diogo de Couto confirmaría que los barcos portugueses frecuentaban regularmente los puertos de Chinchéti, o Fujian [antes Fukien (N. del T.)], en el que lo chinos toleraban su presencia, en virtud de fuertes intereses comerciales. El gran cronista destacaba que el éxito de las relaciones luso-chinas no se debía solamente a la persistencia de los comerciantes de Malaca, sino también a la existencia de una coyuntura de receptividad, en relación al comercio extranjero, en las provincias meridionales de la China (Década V [Lisboa, 1612]). En efecto, fuentes chinas del siglo XVI subrayan la grave crisis económica que se vivió en algunas regiones del imperio, tras la interrupción del tráfico con el extranjero, en 1521-1522. La situación llegó a tal punto que las propias autoridades provinciales terminaron por solicitar a Pekín la reapertura de algunos puertos al comercio exterior.

Este tráfico ilícito, aparentemente, interesaba a todos, porque a todos beneficiaba. Los portugueses vendían sus mercancías en las islas del litoral chino, y adquirían sedas, porcelanas, ruibarbo, raíz de China, alcanfor y otros productos raros. Los comerciantes chinos jugaban el lucrativo papel de intermediarios, "deslizando" los excedentes locales y obteniendo acceso a las mercancías extranjeras tan prestigiadas como la pimienta, sándalo, áloe, incienso y marfil. Finalmente, los mandarines de la costa recibían "sobornos"de unos y otros, por su condescendencia con el tráfico ilegal. La presencia portuguesa aumentó rápidamente, abarcando numerosas regiones del largo litoral del imperio, de Liampó hasta Cantón.

7. El descubrimiento del Japón

En 1542 ó 1543 un importante acontecimiento iba a provocar ingentes alteraciones en las relaciones luso-chinas. Un junco de comerciantes portugueses, que se dirigía de Siam a los puertos de China, se vio accidentalmente apartado de su rumbo normal por un tifón. Al cabo de algunos días de navegar a la deriva, la embarcación pudo arribar a una de las islas del Japón. Tomé Pires, hacia 1515, había dado noticias del archipiélago nipón en la Suma Oriental. Sin embargo, ningún portugués había alcanzado todavía esas islas, por razones que no se han aclarado adecuadamente todavía. En ese primer viaje, en el que Fernâo Mendes Pinto, con sus exageraciones habituales, afirma haber participado, los portugueses hicieron inmediatamente un inventarlo de las potencialidades económicas de la Tierra del Sol Naciente.

En primer lugar, pudieron constatar que los japoneses apreciaban mucho la seda china, más ligera y fina que la producida en el archipiélago, y estaban preparados para consumir enormes cantidades de ese valioso tejido. Ya que, paradójicamente, pese a la breve distancia que separaba al Japón de China, estos dos países habían cortado prácticamente sus relaciones. Por un lado, en el archipiélago nipón se vivía una terrible y larga guerra civil, que dificultaba la regularidad de los intercambios comerciales. Por otro lado, las depredaciones llevadas a cabo por piratas japoneses en suelo chino habían impulsado a las autoridades pequinesas a prohibir todos los contactos con los wako, o "piratas enanos", nombre despectivo atribuido a los japoneses.

En segundo lugar, los portugueses se habían dado cuenta de que Japón era un gran productor de plata, pagando todas sus importaciones con ese metal precioso. Por coincidencia, esta especie metálica era sumamente apreciada en el Celeste Imperio, donde el valor relativo de la plata se aproximaba bastante al del oro. Los mercaderes lusitanos comprendieron rápidamente que el Japón ofrecía excelentes oportunidades económicas, que no tardarían en aprovechar convenientemente.

La llegada de los portugueses a la Tierra del Sol Naciente tuvo consecuencias inmediatas. A partir de 1544-1545 se multiplican los viajes en dirección al Japón. Se desarrolla rápidamente un comercio triangular, que une Malaca con los puertos chinos y a éstos con el archipiélago de Japón, basado en el intercambio de seda china con plata japonesa. Pero los portugueses llevan también, de China a Japón, salitre, porcelanas, azogue y almizcle, trayendo asimismo, de vuelta al Celeste Imperio, armas, azufre y abanicos. En una primera fase este tráfico lo realizan armadores particulares, con base en Malaca, que se parecerían mucho al paradigmático Antonio de Faria, descrito en la Peregrinaçâo. Estos hidalgos-mercaderes poseían su propia embarcación, reclutando personal especializado de origen europeo (pilotos, maestres, artilleros, hombres de armas) y una tripulación de marineros asiáticos. Se dedicaban por su cuenta y riesgo al tráfico mercantil, realizando la conexión entre distintas regiones extremo-orientales, y también a la piratería, ya que ambas actividades estaban estrechamente ligadas.

En 1545 un capitán de Malaca afirmaba que más de doscientos portugueses estaban por las partes de China, dedicándose al comercio y escapando totalmente a su jurisdicción. Pero desde un primer momento las autoridades portuguesas trataron de controlar el volumen principal de estos negocios, por medio de la institución, hacia 1550, del viaje al Japón, que se concedía anualmente a algún hidalgo que hubiese prestado servicios de importancia a la Corona, y que se realizaba a bordo de una gran nao. Ocasionalmente el beneficiario podría ceder o delegar el mando de la expedición.

El viaje entre Malaca y Japón no era especialmente largo para la media de la época: una primera etapa de 25-30 días, hasta la costa china; seguida de otra hasta el archipiélago de Japón, que duraría entre 10 y 15 días. Pero diversos factores complicaban la jornada. En primer lugar, era necesario efectuar una escala más o menos prolongada en algún puerto de la costa de China, para vender las mercancías traídas de Malaca y adquirir los fardos de seda necesarios para el buen éxito de la expedición. Este proceso podía ser bastante lento, teniendo en cuenta que los portugueses se veían obligados normalmente a anclar sus navíos en pequeñas islas desiertas a las que, inmediatamente, acudían los mercaderes chinos, provenientes del continente de enfrente. En segundo lugar, las servidumbres climáticas del Mar de China Meridional, y el sistema de los monzones periódicos, en especial, obligaban a que la escala en puertos chinos se prolongase durante casi un año. Efectivamente, el viaje entre Malaca y China solía tener lugar entre mayo y agosto. Pero, luego, era necesario esperar hasta mayo o junio del año siguiente, cuando comenzaba a soplar el monzón apropiado para el viaje de China a Japón.

8. La fundación de Macao

Estos condicionamientos económicos y geográficos obligaron a los portugueses a tratar de obtener insistentemente un punto de apoyo seguro y estable en la costa china, donde pudiesen llevar a cabo sus negocios y esperar el monzón apropiado. Hacia 1550 hay ya noticias de un establecimiento provisional portugués en Sanchoâo (Sangchuan), pequeña isla en la costa de Cantón. Aquí se reunían anualmente los barcos lusitanos, a la ida o a la vuelta de Japón. Pero la situación seguía siendo precaria, pues los comerciantes no tenían autorización para permanecer en la isla, ni para trasladarse a Cantón. Aquí arribó en 1552 el padre Francisco Javier, con la intención de obtener la entrada en China. Pero el Imperio del Medio permanecía herméticamente cerrado para los extranjeros, y el padre-maestro acabó falleciendo en Sanchoâo, en diciembre del mismo año, sin conseguir hacer realidad su sueño de evangelizar la tierra de los chín, en un tiempo en que prácticamente todos los comerciantes portugueses habían abandonado ya este fondeadero.

La situación apenas cambió dos años más tarde, cuando Leonel de Sousa negoció un acuerdo con los mandarines de Cantón, consiguiendo autorización para que los portugueses pudiesen comerciar libremente en las islas del río de la Perla, pagando los derechos aduaneros debidos, y que pudiesen asimismo tener acceso a la gran capital provincial del Guandong. El primer acuerdo lusochino resultó deberse al tacto y a la diplomacia del capitán algarveño, pero también a un cierto pragmatismo económico y militar por parte de las autoridades chinas. Los mandarines cantoneses, al conceder la licencia a los portugueses para que frecuentaran libremente sus puertos, trataban de concentrar el comercio extranjero en un único punto del extenso litoral de China. Esta maniobra, se esperaba, contribuiría a reducir el contrabando y la piratería. Simultáneamente, las aduanas de Cantón dispondrían de una nueva fuente de rentas, pues los portugueses habían aceptado el pago de derechos aduaneros con un valor de un diez por ciento de las mercancías vendidas.

En 1555 hay ya noticias de un campamento portugués en la península de Macao, y dos años más tarde existiría ya una pequeña población. Según la versión más corriente, pero no documentada, Macao había sido cedida a los portugueses a cambio del auxilio prestado a las autoridades chinas en la lucha contra la piratería que asolaba la región. Hay, en efecto, referencias en la documentación sobre la intervención de fuerzas portuguesas en combates contra piratas, pero un poco más tardías. El establecimiento en Macao parece haber precedido a cualquier intervención militar en los asuntos locales, y más probable es que se hubiese conseguido a través de una hábil política de sobornos de los mandarines de Cantón. Años más tarde, en una coyuntura particularmente grave, las autoridades chinas recurrieron a la ayuda militar de Portugal, pues [535] conocían bien la terrible eficacia de la artillería portuguesa y el importante papel que podría jugar en cualquier enfrentamiento armado.

El desarrollo de Macao fue tan fulminante que en 1563 contaba ya con una población fija de unos 800 portugueses, y se había convertido en un importante centro comercial. La fundación de Macao se debió sobre todo a la iniciativa de los hidalgos y comerciantes portugueses con intereses en el tráfico extremo-oriental. Entre tanto, la Corona portuguesa se dio cuenta rápidamente de la estratégica importancia de ese establecimiento, tratando de influir, de alguna manera, en su destino. Así, pues, pronto, la jurisdicción sobre la población se atribuyó al capitán del viaje al Japón, cargo de nombramiento real. Con todo, el centro portugués gozó siempre de relativa autonomía, una vez que el mencionado capitán sólo permanecía allí una parte del año, en el intervalo de los monzones propicios para la navegación. En 1586 el crecimiento de Macao justificaba su elevación a la categoría de ciudad, recibiendo el nombre de "Cidade do Nome de Deus na China" (Ciudad del Nombre de Dios en China). Tres años antes los pobladores se habían anticipado al poder central eligiendo un Senado, que se ocupaba de la administración municipal. Podría tratarse, quizá, de una reacción a las noticias, llegadas poco antes del Reino, de la anexión de la Corona portuguesa por Felipe II de España.

9. Imágenes de China: tratados y crónicas del siglo XVI

El descubrimiento del Japón provocó, como vimos, un importante aumento de los viajes hacia China. Todos los años, una larga flota de naos, juncos y otras embarcaciones partía de Malaca, con destino a los puertos del Celeste Imperio. Un creciente número de comerciantes y aventureros contactaba con la población china del litoral, visitando a la vez algunas ciudades de las provincias meridionales de Guangdong, Fujian y Zhejiang. Pronto aparecerían también los misioneros jesuitas en la ruta de China. Establecidos en la India desde 1542, los padres de la Compañía de Jesús, bajo la dirección de Francisco Javier, se desperdigaron un poco por todo Oriente. Y tras la muerte del padre-maestre en Sanchoâo, a finales de 1552, China acabó ejerciendo una enorme fascinación sobre los jesuitas, que tratarían, en vano, de conseguir entrar en ella, en los decenios siguientes.

La intensificación de los viajes mercantiles hacia China tuvo importantes consecuencias culturales. Los portugueses, superando la esfera meramente comercial, comienzan a recoger, de forma bastante sistemática, todo tipo de informaciones sobre el Celeste Imperio: usos y costumbres del pueblo chino, prácticas sociales y religiosas, principales creencias, organización política, formas de administración, ejercicio de la justicia, ordenamiento urbano, etc. Hacia [536] mediados del siglo XVI se produce una auténtica explosión informativa en los medios portugueses ultramarinos, y comienzan a aparecer numerosas relaciones, tratados, cartas e itinerarios redactados por personas que habían visitado China. Comerciantes como Galiote Pereira, Alfonso Ramires y Amaro Pereira, y religiosos como Melchior Nunes Barreto, Luís Fróis y Fernâo Mendes Pinto (que entonces realizaba un meteórico paso por las huestes de la Compañía) preparaban interesantes relatos de sus vivencias chinas.

En este contexto, el Tratado da China de Galiote Pereira (c.1563) merece mención especial. Muy impresionado por lo que vio en China, donde estuvo prisionero algunos años, Galiote Pereira habla de la enorme extensión del imperio chino y de su población innumerable. Elogia abiertamente numerosos aspectos de la realidad china, como la perfección de las carreteras y los puentes, el impecable trazado de las ciudades, la racional organización de las estructuras productivas (artesanía, pesca, agricultura), la eficacia de la administración local, la imparcialidad de la maquinaria judicial. Según sus palabras, en China "va todo tan a derecho, que se puede decir en verdad que es la tierra mejor regida que hay en todo el mundo". Y añadía, con gran apertura de mente, que los chinos "tienen pocas razones para tenemos envidia". En algunos aspectos podría decirse que Portugal salía perdiendo en su comparación con el Celeste Imperio.

El Tratado da China de Galiote Pereira, aunque no se imprimió totalmente en su época, circuló intensamente en forma manuscrita. Las informaciones que contenía contribuyeron decisivamente al conocimiento de la civilización china en Portugal, confirmando y ampliando noticias divulgadas anteriormente por cronistas portugueses. Efectivamente, pocos anos antes, Fernâo Lopes de Castanheda incluía una detallada descripción de la China en el Libro III de la História do Descobrimento e Conquista da Índia pelos Portugueses (Coimbra, 1552). Entre otras cosas, Castanheda se refería pormenorizadamente al budismo chino, a la estructura de gobierno y a los mecanismos de poder. Su visión de China era extremadamente positiva: "Son los chin hombres de singular ingenio, tanto en las artes liberales como en las mecánicas". Y añadía: "Se usa entre ellos generalmente toda la policía del mundo, y cuidan de ellos como sólo ocurre en China y no en otras partes del mundo, ni consideran hombre al que no sea chin".

Del mismo modo, también Joâo de Barros, en Asia-Década I (Lisboa, 1552), manifestaba una gran admiración por la civilización china: "En cuanto al rey de China, bien podemos afirmar que sólo él, en tierra, pueblo, potencia, riqueza y policía, es más que todos". Era tanto el interés de este historiador del siglo XVI por las cosas de China, que llegó incluso a comprar un esclavo chino culto, para que le tradujera obras chinas que pudiera adquirir. Elogiando todas las realizaciones chinas en el dominio de la vida material, Barros concluía afirmando que "en esta multitud están todas las cosas por las que alaba a griegos y latinos".

La História de Castanheda y la Ásia de Barros, junto al Tratado de Galiote Pereira, dan comienzo a un proceso de conocimiento y de idealización crítica de la realidad china. La China, para los portugueses de la segunda mitad del siglo XVI, se transforma en un lugar geográfico privilegiado, donde se concentran todas las características de una sociedad ejemplar, en términos políticos, económicos, tecnológicos, administrativos, judiciales e incluso intelectuales. Este interés y admiración por China, como "uno de los mayores reinos que se conocen en el mundo", hallará eco en todas las grandes obras de la literatura portuguesa dedicadas a las cosas ultramarinas, durante la segunda mitad del siglo XVI. Así, encontraremos descripciones extensas y apologéticas de la China en los Comentários de Alfonso de Albuquerque de Brás de Albuquerque (Lisboa, 1557), en la Década III de Joáo de Barros (Lisboa, 1563), en el Tratado dos Descobrimentos de António Galváo (Lisboa,1563), en los Colóquios dos Simples e Drogas da Índia de Garcia de Orta (Goa, 1563), en la Crónica du Felicissimo Rei de D. Manuel de Damiâo de Góis (Lisboa, 1566-1567), y en tantas y tantas obras.

Sólo una sombra manchaba el cuadro francamente positivo que los autores portugueses trazaban de China: la cuestión religiosa. Prácticamente todos los aspectos la civilización china son elogiados sin límites, con la excepción de las prácticas y creencias religiosas. un pasaje del Tratado de Galiote Pereira expresa, de forma admirable, la fundamental importancia atribuida entonces a la religión: los jueces portugueses, "tirando a vara de cada um deles, podem muito bem servir" los mandarines chinos, "no hablando del hecho de ser gentiles, que claro está que no un cristiano no puede servir a un gentil". Para los portugueses del siglo XVI, el estatuto religioso, más que cualquier otro aspecto, marcaba la diferencia de civilización.

El proceso de conocimiento e idealización de la civilización china que se desarrolló en la literatura portuguesa, acabó culminando en el Tratado das consas da China de fray Gaspar da Cruz (Évora, 1569-1570). Fray Gaspar pasó una breve temporada en Cantón, en el año 1556. A partir de su vivencia china, y también en base a informaciones orales y escritas proporcionadas por mercaderes portugueses, el dominico elaboró una síntesis muy bien conseguida de todos los conocimientos entonces disponibles sobre el Celeste Imperio. Su Tratado fue la primera obra exclusivamente dedicada a la China que se imprimió en Europa.

Fray Gaspar da Cruz tuvo el cuidado de recoger datos sobre todos los aspectos de la realidad china susceptibles de impresionar al lector portugués. En primer lugar su descripción aborda, de forma bastante exhaustiva, asuntos tales como la localización geográfica, los límites y divisiones administrativas, las actividades productivas, la organización urbana, el funcionariado público y el sistema judicial y carcelario. Luego el dominico trata del aspecto físico de los chinos, de sus usos y costumbres, de las festividades, la música, la escritura, las creencias, etc. Finalmente, el Tratado, después de trazar una panorámica tan vasta de China, hace la historia de las primeras relaciones entre portugueses y chinos, desde la época de la conquista de Malaca.

El Tratado das cousas da China enumera muchas características de la sociedad china que habían pasado desapercibidas a observadores anteriores, como el uso del té, la escritura china, la antigüedad de la imprenta, la gran muralla de China, la costumbre de atar los pies a las mujeres, el poder casi indiscriminado de los mandarines, la pesca con cormoranes, en fin, todos los grandes tópicos que hasta los tiempos modernos, marcaron la visión europea del Celeste Imperio.

Gaspar da Cruz presenta una imagen de China extremadamente favorable. Acepta sin excepción la superioridad de determinados aspectos de la sociedad china en relación a Portugal. Así, por ejemplo, la impecable organización de las ciudades, la calidad de los caminos y puentes, la utilización racional del suelo, la ingeniosidad de los artesanos, la autoridad incuestionable de los mandarines, la incorruptibilidad de ciertos funcionarios, los bajos impuestos, la caridad estatal, etc. El balance del Tratado es francamente positivo. En palabras del dominico, "los chinos superan a todos en multitud de gente, en grandeza de reino, en excelencia de policía y gobierno, en abundancia de propiedades y riquezas".

10. Conclusión

Los portugueses, a lo largo del siglo XVI, protagonizaron un triple proceso de aproximación a China. Por un lado, fueron los primeros europeos que establecieron relaciones marítimas directas con el Extremo oriente. Sus competidores más próximos -los españoles- sólo pudieron garantizar una comunicación regular entre México y las Filipinas después de 1565. Esta relación entre Portugal y China, con la mediación de Macao, permitió que Europa se viese inundada de cantidades hasta ese momento inimaginables de sedas, de porcelanas y de otras mercancías originarias del Celeste Imperio. Por otro lado, los portugueses desempeñaron un papel fundamental en el descubrimiento de la civilización china. No limitándose a actuar como simples comerciantes, se preocuparon también de recoger y registrar informaciones detalladas sobre todos los aspectos de la realidad china. Posteriormente, las noticias acumuladas serían objeto de una intensa divulgación, a través de la circulación de tratados, relaciones, mapas y derroteros. Finalmente, esa enorme masa de información permitió la formación, en la cultura portuguesa del siglo XVI, de una imagen totalmente positiva de China. El Celeste Imperio, durante decenios, sería considerado un verdadero modelo de civilización, fuente de inspiración para críticas funcionales de las sociedades europeas."

Rui Manuel Loureiro
(Centro de Estudos Gil Eanes, Lagos (Portugal.))



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