Y su nombre, Orestes.
¡En la Curva, en la Curva, otra vez en la Curva!
¡Cuántas vueltas, cuántos giros sangrientos,
cuántas filas negras, las gentes que me miran!
Que me miraban cuando montado en el carro
alcé, resplandeciente, el brazo y me aclamaron.
La espuma de los caballos me salpica ¿cuándo van a
cansarse los caballos?
Cruje el eje, el eje abrasa ¿cuándo arderá el eje?
¿Cuándo se romperán las riendas? ¿cuándo pisarán
de lleno las herraduras la tierra,
la blanda hierba entre amapolas, donde tú
en primavera recogiste una margarita?
Tus ojos eran hermosos, pero no sabían dóne mirar
ni tampoco sabía yo dónde mirar, yo, sin patria,
aquí, luchando ¿por cuántas vueltas?
sintiendo flaquear sobre el eje mis rodillas,
sobre las ruedas, sobre la pista salvaje.
Las rodillas flaquean enseguida si los dioses quieren,
nadie se escapa, ¿de qué sirve la fuerza? no se puede
escapar del mar que te acunó y al que acudes
en esta hora de lucha en medio del jadear de los caballos,
con aquellas cañas que al estilo de Lidia cantaban
en otoño
al mar que por mucho que corras no hallarás,
por más vueltas que des ante las enlutadas Euménides
hastiadas ya,
sin remisión.
Yorgos Seferis/ Pedro Bádenas de la Peña
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