Diagrama adaptado de Ricardo Palma.
Hablar de la muerte y del miedo a la muerte es tan irrelevante como hacerlo sobre las estrellas. Ambas son realidades contundentes, irrefutables e inútiles. Pero a veces, sobretodo cuando me hunde la fiebre, me veo de nuevo recorriendo sensaciones y sentimientos "olvidados", y tengo que echar mano de recursos como la aspirina para calmar el dolor y mitigar la fiebre, o el escribir para distraer el miedo.
El otro día leí un artículo en el que se hablaba de la publicación de la correspondencia de Teresa de Calcuta. Me consoló saber que ella tampoco sentía la presencia de Dios (o que sentía "la nada"), aunque se obligara a decir lo contrario (no creo que su caso fuera de hipocresía, sino de carencia de "autoridad"). Pero la franqueza y la honestidad son un gran tesoro y a los demás puede suponernos un gran alivio. Ella no habló de este pesar en vida, pero al menos a mí me ayuda saber que lo padeció como lo padezco yo, aunque nuestras actitudes al respecto sean muy distintas.
Mi miedo a la muerte se compone de dos momentos distintos: el antes y el después del instante de morir. El antes de morir puede ser muy breve o, lo que es más doloroso, un proceso de degradación, de "ir perdiendo la vida", que quizá pueda "extenderse" hasta el momento de nacer. El segundo momento es una consecuencia del primero, pues se trata de la última pérdida: la de la "conciencia de ser".
Leo que hay gente que, incluso honestamente, dice que no padece de miedo a la muerte. Quizá el haber experimentado otras "renuncias" les procura ese espejismo, pero no creo que nadie deje de tener ese sentimiento antes o después, salvo que muera fulminantemente o con la consciencia perdida. Y no me parece deshonroso sentirlo, o yo al menos lo encuentro natural y "humano".
4 comentarios:
"La muerte no nos concierne", dicen que dijo Epicuro, y dicen también que añadió: "Pues, mientras existimos, la muerte no está presente. Y cuando llega..., cuando llega, nosotros ya no existimos". ¿Se puede pedir más pragmatismo a la hora de maquillar la realidad?
La realidad es, como bien dices, muy otra. Desde el momento de nuestra concepción ya empezamos a morir. Morimos porque somos tiempo, y el tiempo se agota en las cosas. El universo está hecho de ratitos, unos más largos, otros más breves, pero lo efímero se mide a gran escala; así que el mismo universo tendrá que dar cuenta de sí millonada de años arriba, millonada de años abajo. No hay quien le libre del finiquito.
A nosotros, criaturas intermitentes en este follón cósmico que nunca desvelaremos, nos ha tocado una especie de lotería: la de tener conocimiento de nuestra existencia. Somos los únicos animales que saben que están y que un día dejarán de estar. Nuestra conciencia, ese regalito, tiene una dialéctica implacable para estas cosas. Algunos disimulan fingiendo que no la oyen; otros abusan de la dolorosa conversación; y en los medios nos movemos los demás: la escuchamos asumiendo lo mejor que podemos la ley del chispazo y del apagón, mientras ensayamos la sonrisa de los resignados. Y el miedo, Glo, cualquiera que sea nuestra actitud, estará presente en nosotros. El miedo es genético, y lo mismo que nos asusta un peligro de la entidad que sea, nos asusta la vida, es decir, la muerte. No seríamos humanos en caso contrario.
"¡Alégrate tú que tuviste la suerte de participar / como flor en su primer abril / y, en honor a lo eterno, el día disfrutar / como ser humano / y de poner tu grano / en la tarea de la eternidad; / pequeño y débil inhalarás / un único soplo / del día que no acaba jamás." Éste es Bjornson, un tío realista donde los haya: da gracias por su efímero paso por la vida pues ha sido en forma de ser humano, y se encandila cuando habla de "millones de años de resurrección". Me gusta. Me vale. Distrae mi miedo... y mi decepción. Es, después de todo, una forma de pragmatismo muy honrada, y no como la del Epicuro.
Interesante y valiente tu post de hoy, Glo.
Gracias por tu extenso comentario, mertxe.
Gracias, juan luis.
Publicar un comentario