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Nuestra tierra es cerrada, todo montañas,
con un cielo bajo por techo día y noche.
No tenemos ríos ni pozos ni manantiales,
sólo algunas cisternas, y vacías, que retumban
y a las que veneramos.
Un eco estancado y seco, como nuestra soledad,
como nuestro cariño, como nuestros cuerpos.
Nos extraña que hayamos podido antes levantar
nuestras casas, nuestras chozas y majadas.
Y nuestras bodas, las coronas lozanas y los dedos
se tornan enigmas insolubles para el alma.
¿Cómo han nacido y crecido nuestros hijos?
Nuestra tierra es cerrada. La cierran
dos Simplégades negras. En los puertos,
cuando bajamos los domingos a respirar,
vemos iluminarse en el crepúsculo
maderos rotos de viajes inconclusos,
cuerpos que ya no saben cómo amar.
Yorgos Seferis/ Pedro Bádenas de la Peña
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