Ella se acerca con la mirada empañada. Aquella mano
cincelada
la mano que empuñó el timón
la mano que empuñó la pluma
la mano que se tendió al viento,
todo amenaza su silencio.
Desde los pinos al mar corre un murmullo
juega con el soplo modesto del viento
y las dos simplégades negras lo refrenan.
¡Abrí mi corazón y recobré el aliento!
En el mar se estremecía la piel dorada.
Suyo el color, el temblor y la piel
suyas las sierras en el horizonte de la palma de mi mano.
Abrí mi corazón
lleno de imágenes que se apagaron ya, la semilla de
Proteo.
Aquí contemplé la luna,
tinta en sangre
de la joven loba.
Speches, agosto 1934.
Yorgos Seferis/ Pedro Bádenas de la Peña
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