"... En su ensayo, El pensamiento vivo de Séneca, la filósofa le
dedica páginas conmovedoras y brillantes. Reivindica la actualidad de
Séneca desde la época convulsa que le tocó vivir a ella y porque al
filósofo le tocaron también tiempos difíciles. Pero ¿cuáles no lo son?
Desde la ansiedad de nuestros días quizá sea necesario volver a las
páginas de Séneca en busca de consuelo. Zambrano promete que no nos
defraudará porque la razón de este sabio no es una razón clara,
luminosa, perfecta como la de Platón o Aristóteles, es una razón
manchada y mezclada con la vida y como la vida, también contradictoria.
Ella hablaba de que sentimos al tratar con Séneca “no sé qué cosa de
suave y acallador. Porque no vemos con él una razón pura, sino una
razón dulcificada. Porque no es enteramente un filósofo sino un
meditador sin sistema, sin demasiada lógica; porque el pensamiento que
de él mana no es coactivo; y tiene algo de musical. Son acordes que
acallan, aduermen y suavizan, al revés de esas otras filosofías que nos
obligan a estar horrorosamente despiertos. Vemos en él a un médico y más
que a un médico a un curandero de la filosofía que sin ceñirse
estrictamente a un sistema, burlándose un poco del rigor del pensamiento
(…) nos trae el remedio. Un remedio menos riguroso que, más que curar,
pretende aliviar; más que despertarnos, consolarnos”.
Por si fuera poco la promesa de bálsamo, Zambrano habla de la cercanía casi física con que sentimos a Séneca, de la españolidad –ahora que el término, a fuerza de emplearse para otros menesteres, parece existir– del sabio cordobés, de ese pesimismo integral que él inventa tan solo para buscar un resquicio de esperanza, ese ponerse en lo peor (tan español) para intentar sacar la cabeza lo más airosa posible aun dentro del naufragio, un “pesimismo estratégico –Zambrano lo define como nadie– ya que poniéndonos en lo peor, cuando llegue ya no será lo peor, pues nos cogerá prevenidos”. Zambrano habla conmovida de Séneca y logra conmovernos porque habla como de un padre, de un tutor, de un amigo solícito y dispuesto. ¿Cómo resistirse a las palabras, las recomendaciones, de una hija, de una alumna, de una amiga impresionada? “Séneca vuelve sencillamente porque le hemos buscado y no por la genialidad de su pensamiento, ni por nada que tenga que ofrecer al audaz conocimiento de hoy. Vuelve porque le hemos descubierto como en un palimsesto debajo de nuestra angustia, vivo y entero bajo el olvido y el desdén”. Gracias a Zambrano lo desempolvamos..."
Por si fuera poco la promesa de bálsamo, Zambrano habla de la cercanía casi física con que sentimos a Séneca, de la españolidad –ahora que el término, a fuerza de emplearse para otros menesteres, parece existir– del sabio cordobés, de ese pesimismo integral que él inventa tan solo para buscar un resquicio de esperanza, ese ponerse en lo peor (tan español) para intentar sacar la cabeza lo más airosa posible aun dentro del naufragio, un “pesimismo estratégico –Zambrano lo define como nadie– ya que poniéndonos en lo peor, cuando llegue ya no será lo peor, pues nos cogerá prevenidos”. Zambrano habla conmovida de Séneca y logra conmovernos porque habla como de un padre, de un tutor, de un amigo solícito y dispuesto. ¿Cómo resistirse a las palabras, las recomendaciones, de una hija, de una alumna, de una amiga impresionada? “Séneca vuelve sencillamente porque le hemos buscado y no por la genialidad de su pensamiento, ni por nada que tenga que ofrecer al audaz conocimiento de hoy. Vuelve porque le hemos descubierto como en un palimsesto debajo de nuestra angustia, vivo y entero bajo el olvido y el desdén”. Gracias a Zambrano lo desempolvamos..."
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