12.2.14

LA VISITA DE HÉCTOR

"... Entonces Héctor se encaminó hacia su casa.
-Mi sitio está en el ejército -dijo para sus adentros-, pero primero debo ir a casa para ver a mi esposa y a mi pequeño hijo. Porque no sé si los volveré a ver de nuevo.
Andrómaca, su esposa, no estaba en casa. Por las sirvientas se enteró que había partido hacia la muralla, trastornada por la noticia de que la batalla era desfavorable para Troya.
Héctor atravesó rápidamente las calles hasta que llegó a las puertas Esceas y allí su querida esposa vino corriendo a su encuentro. Detrás venía la nodriza con el pequeño hijo de ellos en los brazos -un niño pequeño y alegre, el querido de su padre y la esperanza de Troya- Héctor sonrió cuando vio a su hijo, pero Andrómaca estalló en lágrimas.
-Querido, ¿no puedes hacer otra cosa que luchar? -gritó-. ¿No piensas en tu pequeño hijo, o en tu desgraciada esposa, que pronto será una viuda? Si te pierdo no quiero vivir, pues tú eres lo único que tengo. Tú eres padre, madre y hermano para mí, así como adorado esposo.
-No he olvidado eso, querida esposa -Dijo Héctor-, pero no podría mostrar mi rostro en Troya si me ocultara del peligro como un cobarde.
Mientras hablaba, Héctor extendió sus brazos hacia su hijo, el pequeño Astianacte. Pero el niño se sintió aterrorizado por el resplandeciente casco de metal con su penacho de crin de caballo que ondulaba ferozmente, y se apretó contra la nodriza. Tanto su padre como su madre rieron al ver eso, y Héctor se quitó el casco y lo depositó en la tierra. Entonces besó a su hijo y lo meció en sus brazos.
-¡Oh, Zeus, y todos vosotros, dioses -rogó- concededme que este hijo mío sea algún día rey de Troya!
Dicho esto devolvió el niño a su madre, quien lo apretó contra su pecho, sonriendo a través de sus lágrimas. Cuando su esposo vió ésto la acarició con la mano.
-Querida mía, no te aflijas demasiado. No podemos escapar a nuestro destino, pero nadie me enviará a las profundidades del Hades antes de que llegue el momento señalado.
Entonces Héctor recogió su caso y su lanza, y Andrómaca marchó de regreso a su casa, volviéndose una y otra vez para mirar atrás, mientras sus lágrimas manaban rápidamente..."


Homero/ Enrique Martínez

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