21.2.14

SOBRE UN VERSO EXTRANJERO, DE ENTREGAS, DE CUADERNO DE EJERCICIOS I, DE SEFERIS

SOBRE UN VERSO EXTRANJERO

A Eli, Navidad de 1931.

Dichoso quien hizo el viaje de Odiseo.
Dichoso si al marchar sintió firme la coraza de un amor
     extendida por su cuerpo, como las venas donde
     bulle la sangre.

De un amor con cadencia sin fin, invencible como la
     música y eterno
porque nació cuando nacimos y cuando nos muramos, si es
     que muere, ni nosotros ni nadie lo sabe.

Pido a Dios que me ayude a decir, en un momento de gran
     felicidad, cuál es este amor:
me siento a veces rodeado del exilio y escucho su lejano
     bramido como el fragor del mar mezclado con la
     borrasca inexplicable.

Una y otra vez surge ante mí el fantasma de Odiseo, con
     los ojos arrasados por la sal de las olas
y por el deseo maduro de ver de nuevo el humo que brota
     del hogar de su morada y su perro ya viejo
     aguardándole a la puerta.

Inmenso él, se detiene musitando tras sus barbas encanecidas
     palabras en nuestra lengua, como la hablaban
     hace tres mil años.
Extiende una mano encallecida por las jarcias y el timón,
     con la piel curtida por el cierzo, la canícula
     y las nieves.

Parece querer arrojar de nosotros mismos al Cíclope
     sobrehumano que mira por un único ojo, a las sirenas
     que te imponen el olvido, si las escuchas,
     a Escila y Caribdis:
a tantos monstruos extraños que nos impiden pensar que
     también él fue un hombre que luchó en el mundo
     en cuerpo y alma.

Es el gran Odiseo: aquel que sugirió construir el caballo
     de madera con el que los aqueos conquistaron
     Troya.
Sueño que viene a enseñarme cómo construir yo un caballo
     de madera con el que conquistar mi propia Troya.

Habla quedo y tranquilo, sin esfuerzo, parece conocerme
     como un padre
o como uno de esos viejos marineros que apoyados en sus
     redes -cuando había tormenta y bramaba el viento-
me decían, en mis años infantiles, la canción de Erotócrito
     con lágrimas en los ojos
-temblaba yo en medio de mi sueño al escuchar la triste
     suerte de Areti al bajar los peldaños de mármol.

Me dice el penoso esfuerzo de sentir las velas de tu
     nave henchidas de nostalgia y de tu alma 
     convertida en timón.
Y también que estás solo, inmerso en la tiniebla de la
     noche y a la deriva como la parva de la era.

La amargura de ver naufragar a los amigos entre los
     elementos dispersos: uno a uno.
Y qué vigor extraño sientes al hablar con los muertos
     cuando los vivos que quedaron ya no bastan.

Habla... aún veo sus manos que sabían comprobar si estaba
     bien tallado, a proa el mascarón
que me den un sereno mar azul en el corazón del invierno.



Yorgos Seferis/ Pedro Badenas de la peña

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