26.4.14

COMPLOT CONTRA EL EMPERADOR


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"... COMPLOT CONTRA EL EMPERADOR
 
La noche del 22 al 23 de octubre de 2012 se cumplieron los primeros 200 años de uno de los golpes Estado más ingeniosos de la historia internacional. Para León Tolstoi sería ese curiosísimo complot (y no la descalabrada campaña de Rusia) el que precipitó el retorno de Napoleón Bonaparte al corazón de su Imperio.

De pronto, de la manera más inesperada, el poderío napoleónico se supo vulnerable. No sólo en Moscú. También había sido puesto en solfa por un número muy limitado de conspiradores en la propia capital de Francia.

Entre esos contadísimos conspiradores se encontraba –a saber por qué- un atlántico compostelano: José María Fernández de Caamaño. El Abate Caamaño de la que también sería una de las más celebres causas de la historia judicial.

Residía Caamaño a la sazón en una casa de la rue Saint Gilles, en París. Fue en el ático de esa residencia donde se concentraron las pocas armas que precisaron para la intentona, los uniformes militares con que se disfrazaron (allí mismo) los protagonistas de la conspiración, y donde –además de unas cabezadas- dieron éstos los últimos retoques a la redacción de los trucados documentos que –haciendo circular el bulo de que el emperador había muerto en Moscú el 7 de octubre- distribuyeron los propios conjurados por distintos puntos estratégicos. Así comenzaba uno de esos documentos:


 "... ¡Ciudadanos y Soldados! ¡Bonaparte no existe! El tirano cayó bajo los golpes de los vengadores de la Humanidad! ¡Gracias les sean dadas! ¡Ellos se han hecho acreedores al reconocimiento de la patria y del género humano!..."

Un Gobierno provisional, dispuesto por ellos mismos, sentaría las bases para el nuevo orden mundial post-napoleónico…

La indignación que manifestó Napoleón al conocer la noticia de la conpiración, cuando le fue comunicada en Rusia el 9 de noviembre, se comprende. Nadie la expresó mejor que él a su regreso, el 12 de diciembre. La imperial declaración –certera, dramática y hasta filosófica- estuvo a la altura del acontecimiento; pero casi nos produce hilaridad. Parece el guión cinematográfico de una historieta humorística, porque así de quebradizos resultan los Estados. Incluso los que parecían tan sólidos como el primer Imperio francés.


"... ¡Cómo es esto! Apenas circula la noticia de mi muerte y ante las órdenes de un desconocido, hay oficiales que conducen sus regimientos a forzar las prisiones y apoderarse de las primeras autoridades. Un portero encierra a los ministros. Un prefecto de la capital, obedeciendo a cuatro soldados, se dispone a arreglar su salón de ceremonias para recibir en él no sé qué asamblea de facciosos, mientras la emperatriz, el rey de Roma, mis ministros y todos los poderes del Estado quedan en el olvido. ¿De modo que aquí lo es todo un hombre y nada las instituciones o los juramentos?..."

LA VISTA DE LAS CAUSAS Y LAS EJECUCIONES

Como en los finales de las clásicas películas de misterio, la intentona del 22-23 de octubre de 1812 fue desenmascarada por un casual. El Consejo de Guerra Sumarísimo, reunido de inmediato, probó la participacion directa en ella de una veintena de personas, de las que fueron ejecutadas catorce, siete días más tarde. Entre éstas, quien dio nombre propio al histórico complot: Claude-François de Malet. Un militar aristocrático, de larga trayectoria conspirativa, vigilado y recluido a la sazón hasta esa noche en un centro de salud. Saltando todos los controles, con su compañero de acción y de escapada, Jean Baptiste Lafon, acudió entonces a la concertada cita y hospedaje del Abate Caamaño.

Sabedor del destino que le aguardaba, Malet se mostró retador, satisfecho y humorístico hasta la hora de la muerte. En algunos momentos del breve proceso, estuvo sublime. Así, cuando el presidente del Consejo le instó a que dijera el nombre de los apoyos con que contaba, respondió sin inmutarse:

"... ¡Toda Francia, señor presidente! Y usted mismo nos apoyaría, caso de haber triunfado..."

Su valor se volvió a mostrar ante el pelotón que lo ejecutó. Se dice que se mantuvo erguido tras la primera descarga y que en el intermedio, antes del bayonetazo definitivo, sentenció:

"... El Imperio y su Emperador están tan muertos como yo..."

El Abate Caamaño y Lafón salvaron sus vidas; pero corrieron suertes muy distintas. Éste último, que era partidario de restablecer en Francia la monarquía borbona, incluso pudo escribir tranquilamente -en 1824- una memoria de la conspiración. Caamaño fue detenido más tarde, casi en vísperas del restablecimiento de los Borbones, por lo que pronto fue puesto en libertad. Guardó el más riguroso silencio; pero -como es lógico- forma parte de lo que fue llegando a nosotros de la célebre causa. Sin embargo, a pesar del contundente detalle de la residencia, las armas y los documentos sabiamente trucados que circularon desde su casa, comparece casi siempre de manera lateral. Por veces, ni siquiera se le menta por su nombre..."

Relato encontrado aquí.

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