4/12/2014

EL REY DE ÁSINE, DE DIARIO DE A BORDO I, DE SEFERIS

EL REY DE ÁSINE

'Aσινών τε...

Ilíada.

Pasamos la mañana entera escrutando la ciudadela,
primero por el lado de la sombra, allí donde la mar
verde y sin brillo, pechuga de pavo real muerto,
nos había recibido como el tiempo sin fisuras.
Las venas de la roca descendían desde lo alto,
sarmientos retorcidos, desnudos, ramificados, reviviendo
en contacto con el agua, mientras la mirada que los
     seguía
pugnaba por escapar del molesto balanceo
perdiendo fuerza sin cesar.

Por el lado del sol, una larga playa abierta
y la luz bruñendo diamantes en los muros inmensos.
Ni un ser vivo, las palomas torcaces habían huido
y el rey de Ásine, a quien buscábamos hacía dos años,
ignorado, olvidado de todos y, por Homero,
sólo una palabra en la Ilíada y aún dudosa,
arrojada aquí como una funeraria máscara de oro.
La llegaste a tocar ¿recuerdas su sonido? hueca a plena
     luz,
como un cántaro seco en la tierra removida;
y el mismo rumor de la mar en nuestros remos.
El rey de Ásine, un vacío bajo la máscara
siempre con nosotros, siempre con nosotros, bajo un
     nombre:
" 'Aσινών τε... 'Aσινών τε..."
sus hijos son estatuas,
batir de alas, sus deseos y el viento,
en los recovecos de sus pensamientos y sus naves,
fondeadas en un puerto invisible.
Bajo la máscara, un vacío.
Más allá de los grandes ojos, de los curvos labios,
     de los bucles
incisos en el antifaz de oro de nuestra existencia,
un punto oscuro que navega como un pez
en la bonanza matutina de la mar y ya lo ves:
un vacío siempre con nosotros.

Y el pájaro que voló el último invierno
 con el ala quebrada,
refugio de vida,
y la mujer joven que partió para jugar
con los colmillos del verano
y el alma que buscó a chillidos el mundo subterráneo
y el lugar, como inmensa hoja de plátano que arrastra
     el torrente del sol
con los monumentos de ayer y el dolor de hoy.

El poeta se queda atrás mirando las piedras y se pregunta
si acaso existen
entre esas aristas borrosas, ápices y crestas, oquedades
     y curvas,
si acaso existen
aquí, donde confluyen el paso de la lluvia, del viento
     y de la ruina,
si existen el mohín del rostro, el trazo del amor
de aquellos que tan extrañamente fueron borrándose de
     nuestra vida,
de aquellos que quedaron como sombras del oleaje y
     reflexiones sobre la inmensidad del mar
o si acaso no queda jamás nada, sino sólo el peso,
la nostalgia del peso de la existencia viva,
allí donde ahora estamos sin raíces, abatidos
como ramas de sauce helado, arrumbadas en continua 
     desesperanza,
mientras la corriente macilenta arrastra juncos
     arrancados en el fangal,
imagen de una forma petrificada, resolución de una
     amargura perpetua.

El poeta, un vacío.
El sol que embraza escudo subía peleando
y del fondo de la gruta un murciélago asustado
pegó contra la luz como saeta en un escudo:
" 'Aσινών τε... 'Aσινών τε..." Quizá fuera el rey de Ásine
que con tanto afán buscábamos en esta ciudadela,
rozando a veces con nuestros dedos su propio tacto
     sobre las piedras.

Ásine, verano de 1938; Atenas, enero de 1940



Yorgos Seferis/ Pedro Bádenas de la peña
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