7/23/2014

EL CABALLO DE MOLDOVAQUIA, DE INCIDENCIAS (1931-1971?), DE CUADERNO DE EJERCICIOS II, DE SEFERIS

EL CABALLO DE MOLDOVAQUIA


(Bosquejo de Matías Pascal).

Un penacho, una lanza, un árbol;
el caballo, en la otra orilla.
Entremedias discurren carnes y perfumes de mujeres
hombres en compañía de las carnes, ni contentos ni tristes,
sentenciados,
no resueltos,
sentenciados por los demás
por los dos reyes quizás
-uno, el que radica aquí, en su copia de bronce,
otro, el que radica en su copia de carne-
por los dos reyes quizás
o por el caballo
con el abismo de la panza tan airosamente alzado
en sus cuatro patas
que nos engañan con la pisada de sus cascos.
Lo horrible no se muestra nunca;
tampoco se muestra el gran anzuelo de pesca desde el 
     rojizo pedestal;
cuando te fijas te encaras con el desastre:
el retorcido esperma
que brota de sus espantosos testículos,
pesadamente como un impasible cañón en un palacete 
     de Hidra,
semilla de muerte
que infaliblemente clava a quienquiera que apunte.
y que lo arrastra como Aquiles a Héctor,
boca arriba por el polvo,
lívido, desnudo, humillado
entre los bordados reclamos que se encienden y se apagan,
entre los cansados muslos de las mujeres,
surcos enfangados de amor;
entre los neumáticos recalentados y los humos de los 
coches
cuando el calor aprieta y los uniformes presentan armas
     y los cornetines de bronce quedan sin aire
-lo trae sin duda a la panza del caballo
con la monstruosa excrecencia del rey muerto en la grupa
y sus hocicos entreabiertos resoplando de asco.
Silenciosa ceremonia inaudita,
ofrenda al hombre que sostenía esfera y cetro,
ofrenda al caballo dentro del hombre que relincha
     y ensangrienta las pezuñas
y no se sacia ni siquiera ahora que el jinete cambió el 
     sueño,
ceremonia sin procesión de sacerdotes, ni antorchas, ni
     ceremonias,
sino con las maneras cotidianas, los insignificantes infortunios
y nuestras impensables alegrías,
con la arruga habitual en la frente cuando descuelgas el 
     teléfono al sonar,
con la mirada cansada y el apretón de manos maquinal cuando
     encuentras a alguien,
cortejo enfermizo con el orden del pasajero decorado del
 mundo.

Bucarest, 19-V-1939
 
 
Yorgos Seferis/ Pedro Bádenas de la peña


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