6/01/2015

ACERCA DE SHOSTAKOVICH/ CUARTETO Nº9

"... la crítica occidental, y particularmente la norteamericana, acogió entre algodones en todo momento la música de Shostakovich, pero gustó de construir alrededor de su figura un resbaladizo mito: el del músico dual, que trabaja para el régimen que le da de comer, pero que llena de "claves" políticas ocultas su música como mensajes enviados al mundo libre de la única manera que se puede hacer desde el mundo oprimido, es decir, a través de una creación críptica, simbólica y altamente intelectualizada (3). Este discurso prevalece todavía, y así, frente al declarado "mastodontismo" de la obra sinfónica de Shostakovich, patriotrera y vociferadora de los logros revolucionarios unas veces, antibélica y antifascista otras, enloquecidamente decibélica siempre, el ciclo de los Cuartetos nos mostraría no sólo al Shostakovich más íntimo sino también al más sincero y creíble; desde luego bastante amargado por no poder dar rienda suelta a su vocación democrática en su propio país. 

No es mi deseo, claro está, pretender desmontar todo este estereotipo, pero sí plantear algunas reflexiones que inciten a la polémica, que sigo creyendo válida y necesaria para comprender la música de un compositor todavía en una buena parte desconocido. No acabo de ver, efectivamente, a un Shostakovich en el que se enfrenten sus sinfonías a sus cuartetos, como si del mal y el bien se tratara, entre otras cosas porque -salvo un veinte por ciento- el ciclo sinfónico encierra una música extraordinaria y menos maniquea políticamente de lo que se ha querido ver. Sí a un "trabajador" de la música en el más esquemático y simplista sentido socialista del término que, enfrentado a una clase política altamente burocratízada e insoportablemente dirigista, se traga el sapo de hacer de vez en cuando algún "bodrio" musical para satisfacción del dictador ideológico de turno. Lo cual, musicalmente, no determina más que el por otro lado corriente "modus operandi" del que para oponerse al sistema desde dentro hace concesiones, y a veces inteligentes concesiones. Por otro lado, no hay más que fijarse en los conjuntos de las grandes obras de los grandes compositores de otros tiempos, si no muchas veces sujetas a dictaduras políticas sí a circunstancias creativas con, como mínimo, similares limitaciones. O de otra manera: ¿deja de ser Beethoven el inconmensurable autor del Cuarteto op.132, por decir algo, por el hecho de haber escrito La batalla de Vitoria ? Políticamente Shostakovich pudo ser un personaje discutible (desde luego ni tan "bueno" para unos como "malo" para otros), pero musicalmente eso dio, afortunadamente, menos nefastos resultados de los que, interesadamente, algunos han querido resaltar. Musicalmente, en mi opinión, la extensísima obra de Shostakovich tiene el problema de casi todas las que lo son: conlleva ostensibles lagunas de inspiración, asunto que en todo caso en ocasiones se agrava por el programa "político" al que tenía que ceñirse, por razones tan obvias a veces como el que no le apeteciera mucho visitar los paredones stalinianos. Pero musicalmente la media de calidad e interés es altísima, y en el caso de los Cuartetos, memorable. Y si la expresión del artista parece (¿es?) más sincera en ellos que en las obras de gran aparato sonoro, las razones no hay que buscarlas fuera de la naturaleza del propio género cuartetístico, en sí mismo seguramente el más adecuado para que un músico mire hacia dentro de sí mismo olvidándose del mundo...."

Líneas de Pedro González Mira, leídas aquí. En el mismo lugar, y probablemente del mismo autor, puede leerse:

"... Cuarteto núm. 9 en Mi bemol mayor, Op. 117 Fecha de composición: mayo de 1964 Duración aproximada: entre 26 y 28 minutos Fecha del estreno: Moscú, 20 de noviembre de 1964 Referencias: Sinfonía núm. 13, Katerina Ismailova 

Tras el venturoso año del Cuarteto núm. 8, los primeros de la década de los 60 resultan especialmente interesantes, para el compositor y también para la Unión Soviética. El XXII congreso del Partido, aunque no permite que se haga público el discurso de Kruschov, avanza considerablemente en el proceso de desestalinización del país: Kruschov, a pesar de su conocida ignorancia en materia artística, "abrió la mano" y permitió a los creadores ciertos lujos. Por ejemplo, miró hacia otro lado cuando se hablaba de arte abstracto o de literatura simbolista; y también fue sensible ante las denuncias de antisemitismo. Claro que en materia musical, la dodecafonía seguía siendo sinónimo de cacofonía. .. Pero algo se movía: Bernstein había podido dirigir en Moscú la maldita "Consagración" de Stravinsky (que como podemos leer en "Testimonio", las ya mencionadas "memorias" noveladas por Volkov, a Shostakovich le gustaba bien poco), y lo que todavía fue mejor, el mismo Stravinsky visita la Unión Soviética en 1962, invitado, por cierto, por el más arriba mencionado Jrennikov, máximo especialista en cambios de chaqueta en los últimos 30 años de la vida musical rusa. Y a todo esto Shostakovich seguía contemporizando con el régimen (su Sinfonía núm. 12 le había proporcionado un especial pedigrí comunista; cuánto más no le "reportaría" su ingreso, al fin, en el Partido Comunista): logró "colar" el estreno de su desde hacía más de un cuarto de siglo repudiada Sinfonía núm. 4 y escribió su más patético y feroz ataque al antisemitismo imperante, la Sinfonía núm. 13 "Babi Yar". Pero también transigir y arreglar considerablemente la "Lady Macbeth " para, con el nuevo nombre de Katerina lsmailova, poder verla otra vez representada. Pues bien, en estas circunstancias van a ver la luz los Cuartetos núms. 9 y 10. Shostakovich dedicó la primera de esas dos partituras a Irina Antonovna Supinskaia, con la que se casó en otoño de 1962. En una carta al compositor y amigo Vissarion Shebalin le decía: "Me he casado. Mi mujer sólo tiene un defecto: acaba de cumplir 27 años". De manera que sus ilusiones y su actividad, frenética, se multiplicaron. Tanto que apenas tenía tiempo para escribir música. Su nuevo cuarteto vio la luz entre el 2 y el 28 de mayo de 1964 casi a matacaballo, pero no por eso resultó ser la pieza que Shostakovich tenía intención de componer: de la voluntad inicial de hacer un cuarteto breve y alegre, pasó a reincidir en la ya muy trabajada idea de una pieza con sus movimientos encadenados y de una estructura sonora que fuera más allá de lo camerístico. Vuelve a ser una pieza de larga duración, escrita en cinco movimientos. La fantástica intensidad dinámica del primero -Moderato- se prolonga en el Adagio, un tiempo completamente homofónico que comienza con un solo de viola y pronto desemboca en un Scherzo (Allegretto) típico del autor, lleno de ironía y mordacidad. El cuarto tiempo -Adagio- se desarrolla en forma salmódica sobre un expresivo pero introvertido clima entre acordes en pizzicato que confieren al conjunto un ambiente casi sepulcral. Y el Allegro final, que triplica en duración a cualquiera de los otros cuatro, es una especie de recopilación de los materiales precedentes en una planificación sonora general que supone un total cambio, casi brusco, de atmósfera. Una vez más, sorprende la relación entre variedad y unidad, entre la exuberante riqueza de ideas y la coherencia formal. No hay duda: el autor ha alcanzado su gran madurez cuartetística..."




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