Recuerdo el primer aterrizaje de un promocionado avión de pasajeros en Madrid. En cuanto el aparato tomó tierra dejó de ser un producto casi mágico de la más avanzada tecnología. Sufrió una instantánea desmitificación, una corrupción como la de las cosas en esos días malos de calor perro, cuando la leche se corta, las sandías se envenenan y la carne se agusana.
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