La modernidad no consiguió imponerse como una estética sine qua non para una vida digna. Lo que no significa que no durara en el tiempo; pero finalmente fue vencida por ella misma: por sus fórmulas que no evolucionaban, por no haber podido eludir aquello de lo que había nacido huyendo. Y finalmente fue sustituida por horrores como este de Los espacios de Abraxas, de Ricardo Bofill. El arquitecto catalán consiguió sólo en parte compensar con sus referencias clásicas, piranesianas, románticas, versallescas, nazis, finalmente pretenciosas, la realidad sórdida, oscura, mugrienta, triste, opresiva, imposible de maquillar, de un angosto patio de manzana en el oscuro clima de París.
En el silencio de una mañana de domingo, con las ventanas abiertas, se oirá el cacharrerío en la cocina, el tronar del aspirador, los cuarenta principales a todo volumen, y la bronca furiosa de los padres a los hijos adolescentes.

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