DE LAS COSAS QUE HABÍA EN EL JARDÍN DE LA LUNA, DONDE CASI TODO ERA COMO PLATA
El jardín de la casa tenía dos partes: la del sol y la de la luna. La primera estaba delante de la fachada, al mediodía. La otra, en la cara de levante, adonde daba la ventanita de Alfanhuí. A Alfanhuí le gustaba más la de la luna porque tenía la piel blanca como su luz. Las noches de luna se sentaba en el dintel de la ventana y miraba el jardín.
El jardín tenía un castaño y un olivo plateado, con su tronco musculoso, en el que vivían dos roedores blancos que tenían los ojos de luz y siempre se andaban escondiendo como las ardillas. Por la noche se veían sus ojillos aparecer y desaparecer. Era como los anuncios luminosos de las ciudades: primero una lucecita; luego dos, tres, cuatro. Tres, dos, una y desaparecía. Luego las cuatro lucecitas de un golpe, en otra parte del olivo. Y así toda la noche, sin que nada se oyera. Alfanhuí solía quedarse contemplando el jardín y el juego de los roedores hasta que la luna se ponía.
También había en el jardín un hito de piedra blanca con una argolla y una cadena negra que arrastraba por el suelo. En medio, había un pequeño estanque redondo con un surtidor, cuya varita de agua subía y se agitaba tan sólo en las noches de tormenta cálida y seca, y mataba las libélulas y los insectos que el viento traía de los ríos y los lagos que había secado. Y al agitarse la superficie del estanque, en pequeñas olitas, afloraba el brillo de las arenas de plata que yacían en el fondo. También estaba enterrada la criada en un rincón de aquel jardín. Al fondo había un muro alto y un invernadero de flores que estaba abandonado y tenía los cristales llenos de polvo. Dentro del invernadero nacía la mala hierba y vivía una culebra de plata, que salía a tomar la luna en un claro del jardín. A Alfanhuí le gustaba mucho esta culebra y tenía ganas de capturarla.
Alfanhuí sabía que la plata y el oro eran dos cosas casadas, como las naranjas y los limones, y se le ocurrió preparar tres anillitos de oro, un poco más anchos que el vientre de la culebra. Ató de cada anillo un largo bramante y esperó a la luna llena.
Un día, al oscurecer, colocó los anillos: el primero, en el agujero por donde la culebra salía; el segundo, un poco más adelante, y el tercero, en el medio del claro, donde la culebra tomaba la luna. Alfanhuí se apostó cauteloso junto a la ventana, con los tres bramantes en la mano, por dentro de su habitación, y esperó. Levantóse del horizonte una gran luna roja que se fue blanqueando conforme subía. Alfanhuí estaba inmóvil. Cuando la luna se hizo blanca del todo asomó la culebra su cabeza y ensartó el primer anillo. Luego fue saliendo poco a poco, mirando a todas partes, con la cabecita alta y silbando en su lengua de dos puntas. Alfanhuí seguía inmóvil. Al principio resbalaba por dentro del anillo y no lo movía, pero cuando hizo la primera curva de ese con su cuerpo, se lo llevó prendido a la mitad de su vientre. Alfanhuí no respiraba. En la curva siguiente ensartó la culebra el segundo anillo y lo arrastró consigo como el primero. Ensartó, por fin, el tercer anillo. Alfanhuí miraba inmóvil y tenía los tres hilos, desde la ventana. La culebra se paró, y los tres anillos, enhebrados en su cuerpo, se juntaron a la mitad de su vientre. Al tocarse, se estrecharon y la apretaron, como abrazándola, por la cintura, y la culebra quedó presa. Alfanhuí tiró lentamente de los tres hilos y la arrastró hasta la ventana. La culebra de plata se adormecía sensualmente, al abrazo de los tres anillitos de oro. Alfanhuí la enroscó en una caja redonda de cristal, sin quitarle los tres anillos, y la culebra quedó en letargo, rígida y brillante como plata metálica. Tenía el cuerpo todo de escamas diminutas, que sonaban cuando Alfanhuí le pasaba la uña a contrapelo: «¡Drinn…! ¡Drinn…!».
Alfanhuí desató los tres hilos de seda y cerró la caja de cristal. La luna que entraba por la ventanita entreabierta daba en el rostro de Alfanhuí. Este miró la culebra de plata en sus manos y sonrió. Luego
guardó la caja en lo oscuro y se acostó.
23.1.24
INDUSTRIAS Y ANDANZAS DE ALFANHUÍ (1951), DE RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO (1927-2019). CAPÍTULO VI. DE LAS COSAS QUE HABÍA EN EL JARDÍN DE LA LUNA, DONDE CASI TODO ERA COMO PLATA
CAPÍTULO VI
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