8.2.24

EL DESCUBRIMIENTO DE NAVARRA

Pero lo realmente emocionante para mí de Navarra fue el descubrimiento del pasado remoto; especialmente de la prestigiosa Roma. Fue como conocer a unos ancestros que nadie me había presentado. Y junto a esas ruinas, las ciudadelas anteriores a Roma, la cerámica medieval musulmana... también descubrí los restos de las divinidades primitivas, que Robert Graves enaltecía haciendo de Jesucristo un recién llegado. Un compañero de Teruel representaba en cuadros al óleo la Diosa triple y otras divinidades del panteón romano, en un gesto de dignificación similar al de Graves. 

El paisaje mediterráneo dejaba al desnudo aquellas piedras que los locales ni miraban, acostumbrados como estaban a ellas desde la infancia. Esa falta de atención hacía que todos aquellos objetos permanecieran a nuestra disposición para su descubrimiento. Por suerte mi compañero de Teruel había adquiridos criterios arqueológicos positivos y me enseñó a identificar la situación de las ciudadelas por los indicios de su emplazamiento; o los objetos, que pasaban inadvertidos a un ojo inexperto. También me enseñó a no recoger nada más que lo que estuviera en la superficie (canicas de barro, vajilla rota de terra sigillata...). Él por su parte, se dedicaba a enterrar trozos de metal para despistar a los saqueadores que llegaban con detectores buscando monedas y otros objetos, como fíbulas (hebillas), o estatuillas de bronce.

Esto sonará extraño a los locales, pero hay una tradición secular de fascinación por lo mediterráneo por parte de quienes habitamos geografías septentrionales en las que la vegetación termina por cubrir todo lo pasado.

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