El estado ya no se promociona. No produce imágenes que lo representen y le preocupan las aún existentes, pues son las únicas que permanecen en la memoria de la gente. Este fenómeno lo noté hace algunas décadas, cuando empezaron a entrar en decadencia los monumentos de siempre. Ahora el Poder lucha contra los símbolos que no le gustan, y retira placas, estatuas, monumentos... Todo es peligroso, inconveniente... Un absurdo.
Me vienen al recuerdo las palabras del compositor Alfred Schnittke con las que lamentaba la demolición, durante el comunismo, de las iglesias que conoció en su infancia, calificándola de locura colectiva. Algo, sin duda, parecido a lo que sucede actualmente.
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