A finales de la década de 1960, en pleno optimismo del progreso, el escritor Arthur C. Clarke y el director de cine Stanley Kubrick crean 2001, una odisea espacial, una novela llevada al cine, en la que el protagonista es un ordenador, HAL 9000. Entonces no se denominaba inteligencia artificial, pero correspondía plenamente. Era el ordenador de a bordo de una nave espacial estadounidense con una misión declarada de exploración del sistema solar, y otra misión secreta: conducir a su tripulación al lugar del sistema solar "señadado" por un objeto extraterreste. La misión estaba perfectamente planificada, con todo el entusiasmo de la época en la tecnología... Pero sucedió algo: HAL, descubre que los humanos de a bordo desean desconectarlo debido al mal funcionamiento que le provoca tener dos objetivos simultáneos y divergentes, uno de los cuales puede compartir con ellos, mientras que el otro debe callarlo. Y, contra todo pronóstico entra en pánico, pues nunca había sido desconectado; nunca había "dormido", y esa experiencia cotidiana, normal para cualquier ser humano, para él resultó equivalente a una amenaza de muerte. Y actuó en consecuencia, disponiéndose a eliminar a la tripulación. El imprevisto es, por tanto, la clave de la vulnerabilidad del optimismo y la perfección.
El papel que el Poder desea darle actualmente a la IA es más perverso, pues no aspira siquiera a dotarlo de veracidad y perfección. Existe la finalidad económica de sustituir a los onerosos seres humanos, y esa sustitución desea hacerse sin ningún miramiento ni escrúpulo, no digamos social, sino de mero correcto funcionamiento: la IA nace como un remedo, una imitación de apariencia veraz, y con esa apariencia basta ¿No se les eriza el cabello de pensar en las consecuencias de algo que nace ya defectuoso?
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