9/02/2014

SERENATA FÚNEBRE, A MARINA, DE CURROS ENRÍQUEZ

SERENATA FÚNEBRE
A MARINA


Cercana ya la hora de mi partida,

Marina, vengo a darte mi despedida.  
De noche vengo, 
porque de hablarte a solas
afanes tengo.

Ningún ruido mundano nos importuna. 

Silenciosa en el cielo brilla la luna;  
zumba en el sauce  
la brisa, y el arroyo
gime en su cauce.

Sólo entre tumbas mi alma feliz se encuentra:
 
¡mi dicha toda en ella se reconcentra!...
Lugar bendito,
el sepulcro es el pórtico
del infinito.


Ya de tu lecho al lado, paloma mía, 

oye al amante arrullo de mi poesía;  
oye mi canto,  
lleno de los rumores
del camposanto.

 

Cuantos viva te amaron, que has muerto han dicho,  
y regaron con lágrimas tu blanco nicho.  
¿Por qué eso hicieron? 
Los niños, cual los ángeles,
jamás murieron.

 

Cuando caen en la tumba, de Dios reciben  
nuevo aliento de vida y aquí reviven.  
Del viejo germen privados, 
son los muertos
vivos que duermen.

 

¿Qué hijo para su madre murió del todo?  
Morirá ella: su hijo, de ningún modo.  
Si se muriera,  
Dios, por sola una lágrima
se lo volviera.

 

¡Oh! ¿No es verdad, Marina, que no estás muerta?
¡Mienten los que tu muerte me dan por cierta! 

Tú estás dormida...  
¡Niña, despierta y oye
mi despedida!

 

Yo soy el que, prendado de tus hechizos,  
te he mecido en mis brazos, peiné tus rizos,  
cuidé tus flores  
y te adormí, cantándote
cuentos de amores.

 

Yo soy el que, celoso de tu cariño, 
por jugar con la niña tornose niño,  
corriendo ufano  
tras la insegura huella
de tu pie enano.

 

¿Me olvidaste, Marina?... ¡Yo no te olvido!  
¡Cómo olvidar tu boca de gracias nido,  
ni tu mirada,  
cielo en que centellea
luz increada!

 

No olvidé de tu frente, de sueños urna,  
la expresión ya arrogante, ya taciturna  
de ave intranquila,  
que al cruzar sobre abismos
teme y vacila.

 

No olvidé tu voz tierna, dulce y sonora
como un vago preludio de guzla mora;
 
ni tu pestaña.  
De azules proyecciones
de sombra extraña...

 

Si una nota recoges de las que pierdo  
el fantasma evocando de tus recuerdos;  
si el son amargo  
de mi endecha te arranca
de tu letargo,

 

rompe el crespón que envuelve tu sepultura,  
reclínate en su marco de piedra dura,  
y háblame..., alegra  
mi alma triste, cual náufrago
en noche negra.

 

De tu almohada de mármol alza la frente  
y muéstrame tu hermosa faz sonriente...  
¡En esa fría  
soledad tendrás miedo,
rubita mía!... 

 

Mas no temas: al eco de mis cantares,  
bañada por los tibios rayos lunares, 
con rumor de onda,  
turba de niños muertos
tu nicho ronda.

 

Del misterio inefable de su existencia
vienen íntima a hacerte la confidencia.
 
¡Cuánto han sufrido!  
¡Cuánto más que la losa
pesa el olvido!

 

Para ellos ningún arpa mueve su cuerda,  
y tú tienes, bien mío, quien te recuerda;  
tienes tu historia 
y de ellos nadie, nadie
guarda memoria.

 

¡No temas, no! Si hoy lejos me lleva el hado, 
mi espíritu por siempre queda a tu lado,  
velando en calma  
por estas calles lóbregas
tu joven alma.

 

Tus recuerdos de gloria mi vida encantan  
y en mi pecho tu imagen dulce agigantan;  
doyles abrigo,  
y doquier me encamine
vendrán conmigo.

 

Por eso, hoy que en mi barca lejos se parte,  
no dejaré la playa mi adiós sin darte.  
¡Adiós Marina; 
nota de un himno angélico,
flor matutina!



Curros Enríquez

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