En la historia del arte hay una gran cantidad de obras maestras precedidas y seguidas de consideraciones estéticas, acompañadas de letreros, envueltas en historias y chascarrillos, incrustadas en urnas, salas, museos, palacios... Mal iluminadas porque así lo exigen los seguros, visitadas por filas de turistas, vendidas por millones, aplaudidas por multitudes... Es el arte que no me interesa. Y no porque no merezca atención, sino porque es inaccesible, inabordable, incuestionable.
El arte que me interesa es el que desconozco y me encuentro en una calle medieval, en un patio neoclásico, en una capilla o un claustro, en mitad del campo junto a un chopo, un puente y un río, sonando en la nave de la catedral porque están probando el nuevo órgano... Es el arte sin presentaciones, sin turistas (con sólo usuarios), en su contexto, con su luz, con su olor, en su silencio... Y también la copia de taller, la interpretación amateur, la versión para un instrumento, el abultamiento que produce en la tierra antes de ser excavado, su recolocación en otro edificio, la versión popular...
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