Llegando desde Markina, lo primero que uno se encuentra es el cementerio,
Rodeado de altísimos pinos (Pinus insignis) que, por estar en plena floración, dejan una película amarilla sobre todo. El polen llega a todos los rincones de esta geografía, por muy alejados que estén de los bosques.
Pero, ojo, que no es un cementerio "en el bosque", de la manera que se entiende en el norte de Europa. Éste tiene murallas, más allá de las cuales queda la naturaleza, y por tanto es "una ciudad de los muertos", más ligada a la tradición mediterránea.
La mayor parte de las tumbas tienen una lápida con forma de estela. El origen de estos signos funerarios debe ser prehistórico y es sorprendente que se hayan mantenido hasta hoy, sobreviviendo a la romanización y a la cristianización. Las primeras estelas que vi estaban en un cementerio abandonado del sur de Navarra.
Estos muertos gozan de buenas vistas sobre el valle.
Anexos a la capilla, en los que se fabricaban los ataúdes.
Pequeño altar para los oficios que tienen lugar en el cementerio.
Iglesia con un atípico campanario.
Museo Simón Bolívar. Al parecer la familia de Simón Bolívar era originaria de aquí.
Ábside de la iglesia.
La población, recién independizada de Markina, es muy pequeña.
Puerta de acceso a la iglesia.
Monumento a Simón Bolívar. Los nacionalistas vascos han "adoptado" su figura, no solamente por tener orígenes vizcaínos, sino, lógicamente, por haber sido el libertador de los americanos frente a los españoles.
Capilla exenta, dedicada a Nuestra Señora de Coromoto, patrona de Venezuela.
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