Me ha resultado esclarecedora la lectura del siguiente texto, perteneciente a la "Historia del pensamiento español" de José Luis Abellán, respecto al pensamiento de Unamuno y Ortega:
"... Pero si la intervención política de Ortega en la vida nacional no tuvo la repercusión que él quería en la marcha de los destinos patrios, en lo que se refiere a sus teorizaciones sobre la historia de España tampoco creemos que haya aclarado lo más auténtico y profundo, sobre todo si nos atenemos a las valoraciones que sirven de fondo a su "España invertebrada". En el ser y en la historia de España hay una dimensión religiosa para la cual Ortega parecía estar incapacitado. Esta negación de nuestro filósofo para el sentimiento religioso no ha sido señalada con neta justicia. O se le ha alabado sin tasa por los panegiristas como una de sus virtudes o se le ha atacado con no menos fuerza desde una y otra bandería. Es hora ya que se señale el hecho sin rencor ninguno y con entera imparcialidad. Ortega no supo durante la mayor parte de su vida lo que es el sentimiento religioso. Probablemente su temperamento estético-hedónico de hombre apegado a la plasticidad de las formas fue uno de los motivos que le impidieron la vivencia espiritual propiamente dicha. Su "defensa del teólogo frente al místico" manifiesta claramente, aunque desde otro ángulo, lo que venimos diciendo. "Mi objeción al misticismo (nos dice allí) es que de la visión mística no redunda beneficio alguno intelectual". Paradójicamente, en aparente contradicción con su vitalismo, Ortega prefiere la teología, que nos ofrece un conocimiento racional y secundario de Dios, a la mística, que nos lleva a participar de forma directa y vivida en la realidad divina. Y todo esto porque el saber místico es intransferible e incomunicable, como si lo único que importase del conocimiento fuese su comunicación. Tema aparte es el de que si realmente de la visión mística no se deriva ningún beneficio intelectual o, por el contrario, da sentido a la vida, explica aspectos varios de la realidad, afina y agudiza la inteligencia, aclara los misterios de la ciencia o la filosofía. Nos es imposible entrar con detalle en la cuestión, pero para nosotros es claro que ese desdén hacia el misticismo, tal y como Ortega lo expone, no está justificado y proviene de su incapacidad para el sentimiento religioso en su manifestación más profunda, como es la experiencia mística.
Este de la religión es uno de los aspectos que más radicalmente separa las opiniones en torno a España de Ortega y Unamuno. Recuérdese la polémica de la "europeización"; en ella es claro que lo que separa más a ambos pensadores es el hecho de que para Unamuno el espiritualismo místico forma parte del acervo más hondo de España, mientras que para Ortega España debe olvidarse de toda religiosidad y abrirse al racionalismo europeo. Y esto se aprecia mejor si observamos que Unamuno en sus primeros ensayos habla también de europeización, y sólo más tarde, como reacción a la europeización orteguiana, habla de hispanización.
Hay una piedra de toque en toda esta discusión que nos da la medida exacta de la discrepancia entre ambos pensadores: es la preferencia entre Descartes y San Juan de la Cruz. El que Ortega elija al primero como símbolo de la europeización nos indica cómo para él Europa representa principalmente una vocación de racionalismo; de aquí su desprecio por la masa y el pueblo, como obstáculo a la tarea jerárquica y ordenadora de la minoría, indócil a la sugestión de la razón triunfante. Con la elección de San Juan de la Cruz, Unamuno quiere expresar su consideración del misticismo como rasgo esencial de la tradición hispana, que no debe perderse en contacto con la cultura europea. Por eso cambia su lema de europeización de España por el de hispanización de Europa; su misma admiración por el pueblo, frente a las corrientes intrahistóricas, origen de los más espontáneos sentimientos de la raza, creador de historia, tiene la última razón de ser en su religiosidad. "Sentido religioso (nos dice Unamuno) es el que lleva a buena parte de nuestro pueblo, cuando a la conquista del pan despierta, no a abrazar de preferencia el socialismo, que es una escuela económica llevada a partido político o a la inversa, sino y sobre todo, religión, religión atea y de aquende la tumba si se quiere, pero religión al fin, en que se entra por fé y no por raciocinio; religión con mártires e inquisidores, con ensueños milenarios y locuras apocalípticas, hasta con su culto; es la religión que diviniza al hombre como el cristianismo diviniza a Dios." Y el pueblo hará un día su reforma religiosa, al menos así lo expresa Unamuno: "Aún aguarda nuestro pueblo (sigue diciendo más adelante) para revivir a vida nueva su Reforma, reforma de simplificación, una reforma indígena popular y laica, no de remedio ni sacristía tampoco, pero reforma religiosa y, la entera conciencia de su propio y privativo espíritu, se han conquistado a sí mismos desesclavizándose del extranjero."
Las diferencias entre Ortega y Unamuno son, pues, claras: aquél es un racionalista, éste un aspirante a místico. La admiración del último por el pueblo y su desprecio por él del primero tienen ese mismo origen, como hemos visto."
"... Pero si la intervención política de Ortega en la vida nacional no tuvo la repercusión que él quería en la marcha de los destinos patrios, en lo que se refiere a sus teorizaciones sobre la historia de España tampoco creemos que haya aclarado lo más auténtico y profundo, sobre todo si nos atenemos a las valoraciones que sirven de fondo a su "España invertebrada". En el ser y en la historia de España hay una dimensión religiosa para la cual Ortega parecía estar incapacitado. Esta negación de nuestro filósofo para el sentimiento religioso no ha sido señalada con neta justicia. O se le ha alabado sin tasa por los panegiristas como una de sus virtudes o se le ha atacado con no menos fuerza desde una y otra bandería. Es hora ya que se señale el hecho sin rencor ninguno y con entera imparcialidad. Ortega no supo durante la mayor parte de su vida lo que es el sentimiento religioso. Probablemente su temperamento estético-hedónico de hombre apegado a la plasticidad de las formas fue uno de los motivos que le impidieron la vivencia espiritual propiamente dicha. Su "defensa del teólogo frente al místico" manifiesta claramente, aunque desde otro ángulo, lo que venimos diciendo. "Mi objeción al misticismo (nos dice allí) es que de la visión mística no redunda beneficio alguno intelectual". Paradójicamente, en aparente contradicción con su vitalismo, Ortega prefiere la teología, que nos ofrece un conocimiento racional y secundario de Dios, a la mística, que nos lleva a participar de forma directa y vivida en la realidad divina. Y todo esto porque el saber místico es intransferible e incomunicable, como si lo único que importase del conocimiento fuese su comunicación. Tema aparte es el de que si realmente de la visión mística no se deriva ningún beneficio intelectual o, por el contrario, da sentido a la vida, explica aspectos varios de la realidad, afina y agudiza la inteligencia, aclara los misterios de la ciencia o la filosofía. Nos es imposible entrar con detalle en la cuestión, pero para nosotros es claro que ese desdén hacia el misticismo, tal y como Ortega lo expone, no está justificado y proviene de su incapacidad para el sentimiento religioso en su manifestación más profunda, como es la experiencia mística.
Este de la religión es uno de los aspectos que más radicalmente separa las opiniones en torno a España de Ortega y Unamuno. Recuérdese la polémica de la "europeización"; en ella es claro que lo que separa más a ambos pensadores es el hecho de que para Unamuno el espiritualismo místico forma parte del acervo más hondo de España, mientras que para Ortega España debe olvidarse de toda religiosidad y abrirse al racionalismo europeo. Y esto se aprecia mejor si observamos que Unamuno en sus primeros ensayos habla también de europeización, y sólo más tarde, como reacción a la europeización orteguiana, habla de hispanización.
Hay una piedra de toque en toda esta discusión que nos da la medida exacta de la discrepancia entre ambos pensadores: es la preferencia entre Descartes y San Juan de la Cruz. El que Ortega elija al primero como símbolo de la europeización nos indica cómo para él Europa representa principalmente una vocación de racionalismo; de aquí su desprecio por la masa y el pueblo, como obstáculo a la tarea jerárquica y ordenadora de la minoría, indócil a la sugestión de la razón triunfante. Con la elección de San Juan de la Cruz, Unamuno quiere expresar su consideración del misticismo como rasgo esencial de la tradición hispana, que no debe perderse en contacto con la cultura europea. Por eso cambia su lema de europeización de España por el de hispanización de Europa; su misma admiración por el pueblo, frente a las corrientes intrahistóricas, origen de los más espontáneos sentimientos de la raza, creador de historia, tiene la última razón de ser en su religiosidad. "Sentido religioso (nos dice Unamuno) es el que lleva a buena parte de nuestro pueblo, cuando a la conquista del pan despierta, no a abrazar de preferencia el socialismo, que es una escuela económica llevada a partido político o a la inversa, sino y sobre todo, religión, religión atea y de aquende la tumba si se quiere, pero religión al fin, en que se entra por fé y no por raciocinio; religión con mártires e inquisidores, con ensueños milenarios y locuras apocalípticas, hasta con su culto; es la religión que diviniza al hombre como el cristianismo diviniza a Dios." Y el pueblo hará un día su reforma religiosa, al menos así lo expresa Unamuno: "Aún aguarda nuestro pueblo (sigue diciendo más adelante) para revivir a vida nueva su Reforma, reforma de simplificación, una reforma indígena popular y laica, no de remedio ni sacristía tampoco, pero reforma religiosa y, la entera conciencia de su propio y privativo espíritu, se han conquistado a sí mismos desesclavizándose del extranjero."
Las diferencias entre Ortega y Unamuno son, pues, claras: aquél es un racionalista, éste un aspirante a místico. La admiración del último por el pueblo y su desprecio por él del primero tienen ese mismo origen, como hemos visto."
2 comentarios:
Esta lectura me ha soliviantado los recuerdos. Mi abuela Florentina fue una socialista convencida y adoraba a Pablo Iglesias, y era católica, apostólica y romana, ferviente adorada también de Nuestra Señora de La Merced. Si cierro los ojos, veo con toda nitidez el dormitorio de mis abuelos: la virgen en la cabecera de la cama y don Pablo justo enfrente.
Gracias, Glo, y que tengas una hermosa tarde.
Igualmente, Mertxe.
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