10.8.10

EL TELÉFONO ESCACHARRADO

Cuando cayó en mis manos una obra sobre Platón escrita en Inglés, creo que fue la primera vez que tuve dudas sobre eso de la "transmisión del conocimiento".

He vuelto a sacar de la biblioteca "los años" de la impúdica (siento usar este tremebundo adjetivo) Annie Ernaux, y en las primeras páginas encuentro a la traductora perdida con una cita de Ortega y Gasset:



Es por eso que detesto los museos y todo medio de "interpretación" de otra realidad , siempre vasta y compleja (en realidad, infinita), que escapa, con mucho, a la capacidad de cualquier individuo, e incluso a la de cualquier sociedad. Los museos son solamente un hogar digno para las obras "huérfanas", o para aquellas que no han tenido nunca vocación de permanecer en un lugar concreto, como algunas pinturas. El resto debería permanecer en su contexto, y si estaban enterradas, permanecer enterradas. Porque sólo el aire y la luz del lugar ya aportan una información que se pierde a trasladarlas a una urna. Por no mencionar la ingente información que se pierde en una excavación, como las que realizó Heinrich Schliemann, de quien se dice que destruyó mucho más de lo que "descubrió" de Troya.

Yo he visitado las ruinas de antiguas ciudades completamente olvidadas, de la mano de un conocedor que sabía lo importante que es dejar las cosas como están. Las ciudades en sí eran a penas una redondez en la cima de una colina, y a simple vista no podía distinguirse nada que hablara de su pasado artificial. Sólo con un poco de entrenamiento comenzaba uno a identificar los restos de cerámica de las piedras, las canicas con las que jugaban los niños, y los capiteles, y las ruedas de moler que los agricultores apartaban a la orilla del camino como piedras molestas que eran. Yo estaba en contacto directo con aquellos objetos que tenían miles de años de antigüedad, bajo el sol, en el aire de la primavera cargado del aroma del tomillo florecido. Desde entonces para mí cualquier otra relación con el pasado está tan contaminada de intenciones parásitas, que casi me resulta una falsedad.

5 comentarios:

Mertxe dijo...

Pero los museos nos 'hablan'. Su estética reduccionista y plastificada es, a pesar de todo, una pista, un guiño, una luz... Siempre nos dejarán en el umbral pero, al menos, nos permiten vislumbrar, imaginar, saber al fin que nos precedió una realidad de la que somos herederos y, a fin de cuentas, aquella misma realidad. Yo sí creo en la historia como un bien inalienable y ni siquiera sus impurezas me hacen renegar de ella. Ella soy yo, mi evolución es ella, y mi rastro, si un día lo busco, me llevará a un museo, a una excavación (aunque tenga tantos niveles como Troya), a remoto pensamiento filosófico que explicaría el actual...

Veo que hemos coincidido en la lectura, Glo, porque yo también he desempolvado a mi Annie, impúdica y maravillosa Annie.

(Sigo excavando...)

Glo dijo...

A una escala de civilización, Roma admira a Grecia e imita su arte. Pero no son lo mismo. Quien quiera comprender Grecia no debe contentarse con Roma. Porque roma no supo, o no quiso, apreciar la delicada relación entre la arquitectura y el paisaje, por ejemplo ¿Qué sucedería si Grecia hubiera desaparecido convertida en restos en un museo? Los romanos habrían interpretado lo que ellos consideraban admirable o esencial del arte griego y nos habrían dejado huérfanos de todo lo demás, invisible a sus ojos. Necesitamos el original, y necesitamos el contexto del original.

Los museos son un mal menor. Están bien para todos aquellos restos que nos han llegado sin su contexto. Pero crear un museo con lo recién extraído en una excavación, creo que es aberrante.

Un arqueólogo debe justificar su trabajo ante su sociedad.Es legítimo. Pero, al igual que sucede con la naturaleza, en muchos casos lo que debe hacerse es nada. Este ejemplo es bien ilustrativo, quizá mejor que el de Grecia y Roma. Porque a nadie se le ocurriría pretender conocer la naturaleza por medio de unas cuantas fotos, unas grabaciones con pésima calidad de sonido y algunos cuerpos disecados y llenos de polvo. Eso está bien para el mundo desaparecido del Pleistoceno, pero lo vivo sólo se conoce bien cuando se observa en su medio.

Creo que necesitamos "conectar" con los más hondo de nosotros a través de las cosas del pasado. Pero las ruinas y los restos no nos hablan si no entramos en contacto con ellos de una manera directa y "natural".

Un fuerte abrazo.

Glo dijo...

Otra cosa cierta es que nosotros mismos somos las ruinas del pasado, y parte de esa naturaleza que pretendemos conocer. Gracias a eso, a que compartimos la misma esencia, somos capaces de rescatar la cultura de sus errores, y las ruinas nos hablan de nosotros mismos desde los abismos del tiempo, y somos capaces de identificarnos con el microbio, el pez, o el anfibio porque nosotros lo fuimos por unos días en el vientre de nuestra madre.

Mertxe dijo...

A eso iba, Glo, a esos renglones finales tuyos iba yo.

No sabes cómo me ha gustado esta entrada y de qué manera tus respuestas.

Otra gran abrazo para ti.

Glo dijo...

Gracias, Mertxe.