Siempre que voy a Santoña sopla viento sur y el lugar se vuelve un paraíso. No me sucede lo mismo con la zona del cabo de Ajo y la ría de Castellanos, que la lluvia nunca me deja ver con el detenimiento que me gustaría.
La suavidad de la luz invernal se suma a la buena temperatura y al rumor de las pequeñas olas que lamen la franja de arena que va estrechando la marea.
Apenas un puñado de paseantes, solitarios o emparejados.
De la trama urbana de Santoña me gusta que está rematada en su extremo Suroeste por la redondez de la plaza de toros. Un lugar singular para un edificio singular, aunque resulta chocante el contraste entre su posición eminente y su ensimismamiento funcional. Allí, junto al puerto, la paz es tan grande, que parece que el tiempo se hubiera detenido.
Un hombre rastrillaba el amarillísimo albero.
La puerta grande.
Por ésta, mejor no tener que pasar.
E incluyo una tercera, pedida por un grafitero al que no le falta razón.
2 comentarios:
Estupendo reportaje. Me han gustado mucho los paisajes, transmiten paz; y la 'puerta' del aseo... ¡genial!
Gracias, Mertxe.
:)
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