Los cementerios a la vez me atraen y repelen. No voy casi nunca, solamente en casos de obligación, pero si alguna vez he tenido que ir sola, confieso que no he podido resistirme a recorrer sus senderos. El silencio de un cementerio nada tiene que ver con los otros silencios de la vida. Ni su olor, ni su arquitectura. Allí todo es como de otro mundo, un mundo que llevamos incrustado no sólo por educación, sino también por una bioética ancestral. Sobrrecoge pensar que tal vez exista, sobrecoge pensar que seguramente no, en cualquier caso, como decía Hugo, "la humanidad vive condenada a la lucha eterna fantasmas, la sombra es difícil de coger por el cuello y derribarla", así pues, una, que es agnóctica de los pies a la cabeza, tampoco sabe sacudirse su percepción de eternidad.
En esta visita vi a un hombre joven agachado que trabajaba sobre una tumba. Estaba solo y no era un jardinero porque los jardineros no llevan camisa blanca. Pienso que quizá era alguien atormentado por el fantasma en torno a cuyos restos se afanaba. Está bien que haya tumbas en las que dejar un poco de trabajo como ofrenda, como compensación por lo que sentimos que debemos.
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Los cementerios a la vez me atraen y repelen. No voy casi nunca, solamente en casos de obligación, pero si alguna vez he tenido que ir sola, confieso que no he podido resistirme a recorrer sus senderos. El silencio de un cementerio nada tiene que ver con los otros silencios de la vida. Ni su olor, ni su arquitectura. Allí todo es como de otro mundo, un mundo que llevamos incrustado no sólo por educación, sino también por una bioética ancestral. Sobrrecoge pensar que tal vez exista, sobrecoge pensar que seguramente no, en cualquier caso, como decía Hugo, "la humanidad vive condenada a la lucha eterna fantasmas, la sombra es difícil de coger por el cuello y derribarla", así pues, una, que es agnóctica de los pies a la cabeza, tampoco sabe sacudirse su percepción de eternidad.
En esta visita vi a un hombre joven agachado que trabajaba sobre una tumba. Estaba solo y no era un jardinero porque los jardineros no llevan camisa blanca. Pienso que quizá era alguien atormentado por el fantasma en torno a cuyos restos se afanaba. Está bien que haya tumbas en las que dejar un poco de trabajo como ofrenda, como compensación por lo que sentimos que debemos.
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