28.6.12

DECEPCIÓN

Estos días leo acerca de Lafcadio Hearn y Wenceslao de Moraes, dos románticos, contemporáneos uno del otro, que se exiliaron en Japón huyendo de lo que les desagradaba de la sociedad en la que nacieron, pero que finalmente terminaron también decepcionados de la sociedad que eligieron y creían mejor. Y los japoneses, que les ignoraron entonces, ahora les levantan estatuas.

Estatua de Wenceslao de Moraes en Tokushima.

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"... Wenceslao de Moraes nació en Lisboa en 1854. A los diecisiete años ingresa en la marina portuguesa. En 1880 adquiere el grado de segundo teniente. En 1886, el de teniente. En 1881, es destinado a Mozambique. Allí, inicia una relación con una belleza negra local llamada Arrussi. Las autoridades militares no ven con buenos ojos la relación y lo mandan a Timor. De allí, en 1888, pasa a Macao, la colonia portuguesa en China. En Macao, conoce a Atchan, hija de inglés y china. La compra legalmente, se casa con ella, y tiene dos hijos, a los que verá por última vez en 1905, cuando ya está en Japón. La relación no es vista con buenos ojos por sus superiores quienes observan con prevención el hecho de que un occidental se asimile a la cultura indígena. Sin embargo, algunos años después, será Atchan quien lo deje para irse, con sus dos hijos, a vivir con su hermano a Hong Kong. En 1891, Moraes viaja a Portugal, adonde ya nunca volverá. Después de este año, se suceden los problemas y los desencantos con el ejército que por razones más o menos expresas lo mantiene en el ostracismo cuando llega la hora de repartir cargos y ascensos. En 1891, viaja por primera vez a Japón. Comienza a escribir sus impresiones sobre el mundo oriental. Los artículos se publican en la prensa portuguesa, y formarán el libro: Traços do extremo oriente publicado en 1895. En ellos, muestra su fascinación por Japón y lo japonés. Enseña portugués en un liceo. En 1893, tras múltiples problemas, pide su salida del ejército. No le es concedida. Pide una plaza de vicecónsul en la ciudad japonesa de Kobe que le será otorgada en 1898. Ese año viaja a la ciudad de Kobe. Atchan, ya en Hong Kong, se niega a acompañarlo.

 En 1899 llega a Japón para desempeñar el cargo de vicecónsul de Portugal en Osaka. En ese momento tiene 45 años. En 1990, Moraes se vuelve a casar, esta vez con Yone Fukumoto, una joven «geisha» con quien vive doce años de tranquila felicidad en Kobe. El abundante tiempo libre que le dejaba el trabajo consular lo ocupa en pasear por Kobe y sus alrededores. Lee las obras de Hearn. No tarda en convertirse, con su barba larga y poblada y tocado por una gorra blanda, en un trazo exótico de una ciudad en la que va libando el material que conforma sus escritos.

     Sin embargo, este estado feliz se rompe en el año 1912 con dos acontecimientos: el primero, la llegada de la República a Portugal, lo que hace que las probabilidades de una destitución de su cargo sean muy altas; el segundo y más dramático, la muerte de su mujer Yone Fukumoto. El mes de junio de ese mismo año, Moraes dimite como cónsul y pide su baja como miembro de la Marina portuguesa.

     En 1913, viudo y sin dinero, Moraes se va de Kobe a Tokushima, en el nordeste de Shikoku, ciudad famosa en aquel entonces por la magnificencia de su O-Bon Matsuri. En Tokushima vive la hermana de su mujer muerta, y ella es quien le invita a pagar los respetos a la tumba de Yone. No se va solo. Se lleva con él a Koharu, una sobrina de Yone que había vivido en Kobe con el matrimonio. Así que, una vez más, Moraes inicia una última fuga que le llevó a una pequeña y tranquila ciudad de la que no saldría nunca.

     En Tokushima, Moraes se instala en una pequeña casa, situada junto a los templos locales y allí visita innumerables veces la tumba de su mujer muerta. Consagra su vida a ese recuerdo y al amor de Koharu. Prueba de ello es su libro O Yone e Koharu, un homenaje a sus dos amores y, a la postre, un homenaje a la mujer japonesa como llave de una caja que esconde el corazón de un mundo muy distinto.

En 1916, Koharu muere de tuberculosis. Desde entonces, Moraes, se refugia en su soledad, en la contemplación de la vida provincial de Tokushima -lo que reflejó en su libro O Bon-Odori em Tokushima- y en un viaje interior interrumpido tan sólo por los gatos de la calle de los castaños («Iga-cho») y los cantos de las cigarras en verano. Su último libro, Relance da alma Japonesa, representa un intento por desenterrar algo de lo que había visto, y sus opiniones en cuanto al futuro de Japón se debaten entre un amargo escepticismo y cierto atisbo de esperanza. El 1 de julio de 1929 Moraes muere a consecuencia de una caída. Sus cenizas están enterradas en un pequeño jardín junto al templo Choon-ji en Tokushima..."

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