Aún hoy soy capaz de desnudarla de todo lo que no sea paisaje y emocionarme con esa luz a medio camino entre el Atlántico y el Mediterráneo. Pero he de reconocer que el sitio es duro. Y no sólo por el clima.
Esta estupenda foto de Jorge Losada me evoca el ambiente pamplonica.
Mis caminatas me llevaban a esos pueblos sobre un otero, o en el límite entre el bosque y los cultivos, que invariablemente constan de una iglesia y un puñado casas exentas. Lo normal era no toparse con un sólo vecino en las calles inmaculadamente limpias. Sólo los perros, poco acostumbrados a ver gente, ladraban ferozmente, y eran señal de que vivía alguien.
La capital no era muy diferente. Situada, por razones defensivas, en una meseta elevada, el viendo húmedo y frío corría por entre los edificios, fuerte, constante. Los días malos (y había tantos), sus calles eran todo soledad.
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