18.3.14

EPIFANÍA 1937, DE ESBOZOS PARA UN VERANO, DE SEFERIS

EPIFANÍA, 1937

La mar en flor y las montañas bajo el menguante
     de la luna
la enorme roca junto a los nopales y asfódelos
el canto que no quería secarse al fin de la jornada
y la hamaca plegada al pie de los cipreses y tus cabellos
de oro; las estrellas del Cisne y Aldebarán.

He llenado mi vida, la he llenado viajando
por arboledas otoñales a merced del azote de la lluvia
por laderas silenciosas cubiertas de hojas de haya,
ninguna fogata en las cumbres. Cae la tarde.
He llenado mi vida: en tu mano izquierda una línea,
una señal en tu rodilla, quizá subsistan
allí donde sopló el viento del norte mientras oigo
en torno al lago helado esta voz extraña.
Los rostros que veo no preguntan, tampoco la mujer
que inclinada pasa amamantando a su hijo.
Subo a los montes: valles mortecinos, la llanura
nevada, nevada hasta el horizonte, nada preguntan
ni el tiempo encerrado en mudas ermitas,
ni las manos tendidas para pedir, o los caminos.
He llenado mi vida con un susurro en el silencio
     sin límite
no sé ya hablar ni pensar: susurros
como el respirar del ciprés aquella noche,
como la voz humana del mar sobre las piedras 
     en la noche,
como el recuerdo de tu voz cuando decía "buena suerte".
Cierro los ojos en busca de la secreta confluencia
     de las aguas
bajo el hielo, la sonrisa del mar, los pozos ciegos
palpando con mis venas las venas que me esquivan
allí donde acaban los nenúfares y el hombre
que camina ciego por la nieve del silencio.
He llenado mi vida, con él, en busca del agua que
     te roza:
pesadas gotas en la hojas verdes, en tu rostro,
en el jardín desierto, en la taza inmóvil de la fuente,
acertando a un cisne muerto en su plumaje muerto,
árboles con vida y tu mirada inmóvil.

Este camino no termina, no cambia, aunque intentes
recordar los años de tu infancia, aquellos que se fueron,
aquellos que se hundieron en el sueño, en los sepulcros
     de la mar,
aunque anheles que los cuerpos que has amado se reclinen
bajo las rígidas ramas de los plátanos, allí
donde se detuvo un rayo de sol desnudo
y un perro ha brincado y tu corazón se ha estremecido,
el camino no cambia; he llenado mi vida.


La nieve
y el agua helada al paso de los caballos.


Yorgos Seferis/ Pedro Bádenas de la Peña

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