Longtemps je me suis couché de bonne heure
la casa
está llena de rejas y recelo si se observan con atenciónlos ángulos oscuros.
"Durante mucho tiempo me acosté temprano" susurra
"Miraba los iconos de Hilas y la Magdalena
antes de dar las buenas noches, miraba el candelabro
de luz blanca,
el brillo de los metales y dejaba con pena
las últimas voces del día."
La casa, si se mira con atención por el viejo marco,
despierta con las pisadas de la madre en los peldaños,
con sus manos arreglando las colchas o preparando el
mosquitero,
con sus labios que apagan la llama de la vela.
Todo esto son viejas historias que no interesan ya a
nadie
hicimos un hato con nuestro corazón y hemos crecido.
El rocío de la montaña nunca baja más allá del campanario
que cuenta en su monólogo las horas y al que se mira
cuando llega por la tarde a nuestro patio
la tía Daria Dimietrovna, de nacida Trofímovich.
El rocío de la montaña no roza jamás la mano vigorosa
de San Nicolás
ni al boticario que mira entre una redoma roja y otra verde
como un paquebote petrificado.
Para encontrar el rocío de la montaña hay que subir
más alto que el campanario
y que la mano de San Nicolás,
unos setenta u ochenta metros, no es mucho.
Solamente allí susurras, como si te acostaras temprano
y en la placidez del sueño se diluyera la amargura de
la separación,
no muchas palabras, dos o tres tan sólo y eso basta,
como las aguas corren sin miedo a detenerse
susurras entonces apoyando la cabeza en el hombro de
un amigo
como si no hubieras crecido en la casa silenciosa
de rostros agobiantes y que hicieron de nosotros torpes
extraños.
Solamente allí, un poco más arriba del campanario,
cambia tu vida.
No es gran cosa subir, más difícil es cambiar
cuando la casa está dentro de la iglesia roqueña
y tu corazón dentro de la casa sombría
y todas las puertas cerradas por la gran mano de San
Nicolás.
Pelión-Korçë, verano-otoño 37.
Yorgos Seferis/ Pedro Bádenas de la Peña
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