Supongo que es lo que queremos decir cuando nos despedimos diciendo agur o abur. Es la comunicación del deseo de que el destino le sea favorable al otro.
Pero no es un asunto tan sencillo como parece. Porque el destino es algo inamovible del que no pueden escapar ni los propios dioses. Sin embargo el destino es desconocido y solamente podemos observar indicios de él. Podemos acudir a un augur, a un sacerdote de la adivinación, para que los interprete; y si no fuera posible acudir a él, tendremos que atenermos a nuestras propias interpretaciones de indicios como el vuelo de las aves. Puede ser, por tanto, la espera temerosa de los designios. Pero también sucede que el propósito no es del todo esperar que los designios sean positivos, sino forzar el destino mágicamente con nuestro deseo.
Así que nuestra palabra de despedida comprende un conjunto bastante complejo, que comprende la fe en la existencia del destino y la fe en que tenemos el poder mágico de cambiarlo.
En italiano auguri significa (buena) suerte, lo que supone un significado quizá más moderno, en el que el destino es azaroso. En él permanece la magia, pero sobre una nube de acontecimientos casuales.
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