Un día de estos encontré en video en TikTok de una mujer que se
promocionaba como docente en arte, y comenzó diciendo que se encontraba
tomando un café en Nueva York, en el vestíbulo de un edificio de Renzo
Piano, y que estaba allí para hablar de la Capilla Sixtina... Esta mujer
estaba haciendo uso del glamur, de la admiración que despierta lo que
nos ha llegado en alas de la fama, pero que no conocemos
presencialmente; de aquello a lo que se refería Cicerón cuando decía
"omne ignotum pro magnifico".
Pero eso no es el arte. O no es todo el arte. Hay otra faceta del arte,
que se aprecia en la intimidad, y que, al menos en mi caso, es
cambiante: en ocasiones me consuela y emociona Shostakovich, y en muchos
otros momentos no me apetece, no me dice nada, e incluso me produce
rechazo. Pero los momentos más sublimes son aquellos en los que creo
haber comprendido el sentido de una obra, como si de una adivinanza se
tratara. Un sentido que me parece válido a mí, aunque su autor nunca
pensara en ello.
No me cabe la menor duda de que el arte, para mí, no es algo en sí
mismo, sino un producto de su combinación con mis emociones, con mis
intereses, y con mi propia creatividad.
4.12.21
EL ARTE Y YO
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