Hace poco que Juan Luis mostraba una Polygala mirtifolia en su blog, y el viernes encontré una callejeando por Laredo.
Todo indicaba que todavía estamos fuera de temporada: calles desiertas, en la que sólo se ven porteros y jardineros, persianas bajadas y piscinas vacías.
Esta zona de Laredo es un producto setentero de cierta calidad, como este antiguo estanque convertido en jardinera,
o este monumento de hormigón abujardado con incrustaciones cerámicas, tan de la época. Hace recordar cosas de Le Corbusier o la soprendente biblioteca de la Universidad de México, de fachadas cubiertas con abigarrada decoración indigenista que de lejos recuerda la cara de la diosa Coatlicue.
El hormigón era todavía uno de los sinónimos de la modernidad, ya por entonces "revisada" con la adición de una técnica tradicional como la cerámica vitrificada.
Esta urbanización tiene un aspecto optimista y algo ingenuo.
En esta otra las escaleras exteriores dan un aire náutico, como de "puente de mando".
Por aquí proliferan los carteles de este tipo,
con distintas fórmulas disuasorias, todas completamente inútiles.
Las hojas nuevas y el penetrante aroma de los chopos dan alegría.
También las acacias,
o los árboles del amor, aunque sus tempranas flores se marchitaron ya.
2 comentarios:
Los edificios con tanto cemento la verdad es que no son mi debilidad.
Se ve como bien dices que el personal habita poco esa zona en este tiempo.
Saludos.
Laredo es algo especial en esto de las construcciones relacionadas con el turismo. O al menos yo veo el conjunto con un poco más de calidad que otras intervenciones de sol y playa. Otros lugares de la costa cantábrica (de cuyos nombres no quiero acordarme) son nuchísimo peores por más densos y menos ordenados.
Y que esté desierto (yo siempre lo he conocido así) le da atractivo a mis ojos.
Un abrazo, nómada.
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