El viernes amaneció prometedor y a media mañana preparamos un tentempié frugal y nos pusimos en marcha. No teníamos nada planificado, y pensé en dos destinos: Itzea, la casa de los Baroja, en Vera de Bidasoa, y el fuerte de Socoa, en la bahía de San Juan de Luz. La verdad es que hay pocas cosas que me diviertan tanto como viajar poniéndome como meta un edificio descrito, como de pasada, en alguna página perdida, o bien un lugar al que no suelen ir los turistas, como los cementerios. También mi trabajo me conduce, por medio de visitas a particulares, a lugares a los que jamás habría llegado de otra manera... Por el camino decidiríamos el destino.
Bajo el sol de primavera, el paisaje se dividía entre el verde oscuro, casi negro, de pinos y encinas, y el verde claro y fresco de las hojas nuevas. Al llegar a Irún el cielo se había encapotado. Había mercadillo en Behobia y bastante gente.
Finalmente nos inclinamos por Socoa. Encontramos mucho tráfico en el camino. Al llegar al castillo de Urtubie hicimos un alto. La entrada está mal señalizada y además resulta peligroso salir de la carretera. Una rampa de grava flanqueada de grandes plátanos conduce a una rotonda ante la puerta del castillo. Allí descubrimos que existe otra rampa, y que habíamos bajado por donde sólo se podía subir... Primero echamos un vistazo por el exterior y después otro, fugaz, al patio. Fugaz porque la encargada parecía tener malas pulgas y, como si de una araña de pared se tratara, al sentirnos rebasar el cartel de "entrada" salió de su madriguera. Como después de echar una ojeada nos dimos la vuelta, todo quedó en un cortes y frío buenos días por ambas partes. Fuera ya, comentamos que las grandes ventanas, que se abrieron, probablemente, para iluminar mejor las estancias, vulneran violentamente los muros medievales, y eran la primera evidencia de que no nos encontrábamos ya en España.
Las señales en francés y en un euskera escrito de una forma algo diferente a lo que estamos acostumbrados, nos condujeron sin problema hasta Ciboure. No he averiguado si la razón era la celebración del primero de mayo o que habían cerrado ya para comer, pero el caso es que casi todo estaba cerrado. Eso suponía, por ejemplo, no poder comprar pan, que es algo que, junto con beber agua (la corriente), solemos hacer cuando llegamos a un lugar nuevo. Es decir, ir directamente a lo más cotidiano.
La iglesia de San Vicente sí que estaba abierta. De ella nos chocó que la parte superior del campanario fuera de madera, y que hubiera balconadas en el interior, que allí sustituyen (o prolongan) el habitual coro. Estas últimas nos extrañaron porque las asociamos con espacios exteriores, como las plazas de algunos pueblos.
Socoa nos agradó. Tiene un poco de todo, y todo reducido: desde la playa hasta el promontorio tras el que se cobija del noroeste, pasando por el puerto. Sólo la fortaleza, de aire ilustrado, se corresponde con la escala que la bahía.
Al asomarnos al mar comenzó a llover, y nos refugiamos al socaire, bajo los aleros de las pequeños pabellones que rodean la torre, que, por los vidrios rotos de algunas ventanas, parecían abandonados. En el dique veíamos correr a los turistas escapando de la lluvia que arreciaba. Al amainar bajamos de nuevo al puerto, donde el olor de los chiringuitos me hizo recordar otros viajes...
Bajo el sol de primavera, el paisaje se dividía entre el verde oscuro, casi negro, de pinos y encinas, y el verde claro y fresco de las hojas nuevas. Al llegar a Irún el cielo se había encapotado. Había mercadillo en Behobia y bastante gente.
Finalmente nos inclinamos por Socoa. Encontramos mucho tráfico en el camino. Al llegar al castillo de Urtubie hicimos un alto. La entrada está mal señalizada y además resulta peligroso salir de la carretera. Una rampa de grava flanqueada de grandes plátanos conduce a una rotonda ante la puerta del castillo. Allí descubrimos que existe otra rampa, y que habíamos bajado por donde sólo se podía subir... Primero echamos un vistazo por el exterior y después otro, fugaz, al patio. Fugaz porque la encargada parecía tener malas pulgas y, como si de una araña de pared se tratara, al sentirnos rebasar el cartel de "entrada" salió de su madriguera. Como después de echar una ojeada nos dimos la vuelta, todo quedó en un cortes y frío buenos días por ambas partes. Fuera ya, comentamos que las grandes ventanas, que se abrieron, probablemente, para iluminar mejor las estancias, vulneran violentamente los muros medievales, y eran la primera evidencia de que no nos encontrábamos ya en España.
Las señales en francés y en un euskera escrito de una forma algo diferente a lo que estamos acostumbrados, nos condujeron sin problema hasta Ciboure. No he averiguado si la razón era la celebración del primero de mayo o que habían cerrado ya para comer, pero el caso es que casi todo estaba cerrado. Eso suponía, por ejemplo, no poder comprar pan, que es algo que, junto con beber agua (la corriente), solemos hacer cuando llegamos a un lugar nuevo. Es decir, ir directamente a lo más cotidiano.
La iglesia de San Vicente sí que estaba abierta. De ella nos chocó que la parte superior del campanario fuera de madera, y que hubiera balconadas en el interior, que allí sustituyen (o prolongan) el habitual coro. Estas últimas nos extrañaron porque las asociamos con espacios exteriores, como las plazas de algunos pueblos.
Socoa nos agradó. Tiene un poco de todo, y todo reducido: desde la playa hasta el promontorio tras el que se cobija del noroeste, pasando por el puerto. Sólo la fortaleza, de aire ilustrado, se corresponde con la escala que la bahía.
Al asomarnos al mar comenzó a llover, y nos refugiamos al socaire, bajo los aleros de las pequeños pabellones que rodean la torre, que, por los vidrios rotos de algunas ventanas, parecían abandonados. En el dique veíamos correr a los turistas escapando de la lluvia que arreciaba. Al amainar bajamos de nuevo al puerto, donde el olor de los chiringuitos me hizo recordar otros viajes...
4 comentarios:
Socoa, el pan francés (el de entonces...), ese aire junto al mar... Jolines, Glo, cómo me ha gustado tu excursión.
Un día muy ajetreado por lo que cuentas, estos franceses cierran cuando menos te los esperas y a buscarse la vida como sea.
Saludos.
Muchas gracias, Mertxe.
:)
¿Cómo va la salud, nómada?
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