El agua ferruginosa de la fuente de Otxandio (u Otxandiano), de mediados del XIX, mana de la boca de cuatro cíclopes.
La mañana de finales de agosto era fresca. Antes de coronar el puerto de Dima tuve que cerrar las ventanillas, abiertas de par en par desde Bilbao.
El pueblo aún dormía,
El pueblo aún dormía,
y la plaza, a excepción de un hombre y su perro, estaba vacía.
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