23.8.10

EL INCENDIO Y EL CHIVO

Ellos insisten, pero yo también. Aunque ellos son una horda y yo sólo uno, no me queda más remedio que dejar aquí este reflejo de mi indignación, para que no se me quede dentro y me envenene.

En años anteriores, los estúpidos que forman el grueso de la administración pública y de los medios de comunicación, se limitaban a indicar que tal o cual incendio "se sospechaba que había sido provocado". Pero este año han comenzado a señalar a personas en concreto, y eso ya es intolerable. La situación recuerda las persecuciones de la Edad Media, cuando, por una epidemia, se masacraba a los indefensos de turno, acusados de haber envenenado las fuentes.

Los incendios son sucesos naturales (natural no es sinónimo de bueno ni de deseable) que se dan en lugares en los que hay vegetación y una estación cálida y seca (no puede haber incendios en las dunas del Sáhara, ni en el mar, ni en los Polos, ni tampoco suele haberlos en la selva Ecuatorial). Si los seres humanos desapareciéramos de la faz de la Tierra, seguiría habiendo incendios. Y éste debería ser el punto de partida a la hora de dar cuenta de un incendio. La mala intención es un supuesto del que deben partir, exclusivamente, la policía y los jueces, actuando de oficio; de igual manera que se hace una autopsia para determinar la causa de una muerte, por evidente que la causa haya podido ser. Así, un atropello no debe ser publicado como un asesinato, ni un incendio veraniego debe ser, en principio, intencionado. Porque ambos sucesos son, en principio, accidentes.

Hace unos días, los medios publicaron que la policía, tras un interrogatorio, había obtenido la confesión de un hombre en la que declaraba haber tirado una colilla, causante, al parecer, de un incendio. Esta exposición es ya grave por malintencionada, pero los medios además, imprudentemente, incluyen en la noticia que se trata de tal cargo público de la localidad. El público está deseando que haya un chivo expiatorio. Ya lo tienen. Y bien identificado además, aunque no se haya dado su nombre. Con estos pocos datos, y la frase estereotipada "ha pasado a disposición judicial", los medios quedan satisfechos, aunque seguramente sean muchos los que echen en falta que el asunto no termine con la decapitación del hombre, la exposición pública de la cabeza en una jaula puesta en lo alto de una picota hasta que quede convertida en una calavera, y otras prácticas complementarias, como la de rociar de sal las tierras de su propiedad.

Pero su abogado, por poco hábil que sea, lo tiene fácil en presencia de un juez con dos dedos de frente. Porque el monte ardido, según las imágenes del mismo dadas por los medios, era un puro matorral, sin valor forestal alguno. Eso, sumado a que el fumador probablemente no tenga ningún otro interés en provocar el incendio, nos dejan ante el hecho de que existe un monte abandonado cuyo titular es el Estado. Y así sólo cabe preguntarse: ¿se puede dejar abandonado durante años un paraje, sin realizar en él labor alguna de mantenimiento y de limpieza, y esperar a que el primer desgraciado que pase cargue con la culpa de un incendio que tenía que suceder tarde o temprano? Ésta puede ser la causa de ese necio y malsano afán por encontrar autores de los incendios en España.

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