22.9.10

NO FOTOS

Hace tiempo que no puedo subir fotos grandes al blog, así es que no puedo compartir con vosotros mis últimos microviajes.

Por lo que he leído en los foros de ayuda, debe tratarse de un troyano que los programas que tengo no detectan. La solución que dan es un tanto farragosa, así que voy a tratar de apañarme por otro lado: añadiendo las fotos a un blog que no sea de Blogger y copiando aquí al código HTML que obtenga.

Y es que la informática es una tortura si no se se tiene alguien cerca que te eche una mano. Uno solo sí aprende, pero len-ta-men-te.

4 comentarios:

Nómada planetario dijo...

Blogger se pone pesado a veces con las fotos.
Puedes probar lo siguiente:
Abre las imágenes con Photoshop, pincha en la herramienta recorte, especie de rectángulo con los vértices sobresalientes. Arriba hay tres ventanitas para las dimensiones pone 10x15 cm caso de las verticales o 15X10 para horizontales y la resolución a 150 pp. Aplica la herramienta recorte, le das intro y luego guardar como, le pones el nombre que quieras, de esta forma pesan mucho menos y el servidor si puede tirar de ellas, deja el original con la resolución que te apetezca, 150 está bien para visualización en pantalla, pero poco más.
Saludos.

Glo dijo...

La tuya es el tipo de ayuda sin la que uno sería cadáver en este mundo virtual. Muchas gracias, Nómada.

Mertxe dijo...

Pues yo tuve unos día así hasta que, por ciencia infusa, decidí reiniciar cuando se negaba a subirme la foto. Oye... mano de santo...

Glo dijo...

A falta de la correspondiente sabiduría, es necesario alcanzar un "estado de gracia" para conseguir solucionar algunos problemas informáticos. Esto que digo me recuerda el guión de Andrei Rubliev, de Tarkovsky:

Un niño de unos doce años, hijo de un constructor de campanas, sobrevive a una peste en la que ha perecido toda su familia, incluido su padre. Llegan unos soldados preguntando por el campanero y el chaval les dice que ha muerto. El soldado va a lo práctico y le pregunta si él sería capaz de construir una campana. Viendo una oportunidad de escapar de la miseria, el niño le responde que sí y lo llevan ante el príncipe. Éste le promete enriquecerlo si construye una campana enorme y a tiempo para la llegada de los embajadores venecianos. De lo contrario, pagará con su vida. El niño acepta. Y vive desde ese momento entre la desesperación y la inconsciencia. El espectador no descubre hasta el final que el niño no tiene ni idea de cómo se construye una campana. Todo su esfuerzo durante ese tiempo se centra en tratar de recordar todo aquello que había observado inconscientemente, porque su padre nunca nada le había enseñado.

Cuando la campana tañe, sin quebrarse, por vez primera ante los escépticos embajadores de las rica potencia meridional, el niño se derrumba en brazos del monje Andrei Rubliev, que lo había estado observando todo el tiempo, y le confiesa todo su tormento.