Parece que don Vicente fue un hombre muy inquieto. Cualidad que, por las noticias que me han llegado de aquí y de allá, parece común a muchos valencianos (herencia fenicia, quizá). Esa inquietud, unida a su fortuna, y al éxito de algunas de sus obras en el extranjero, llevaron a Blasco Ibáñez dar la vuelta al mundo. De ese viaje (que debió ser habitual entre la gente pudiente de su época), me ha interesado su faceta de cronista de Filipinas, territorio del que no parece haber quedado casi historias, ni contadas ni escritas (el mantón de Manila sería de lo poco que resta en lo popular). Fernando Zóbel habría sido otro "extraterrestre" con fortuna y vinculado a Filipinas, aunque más que crónicas sobre aquel país, lo que nos dejó fue el "sabor oriental" de sus pinturas.
Manila fue la única escala filipina del viaje de Blasco Ibáñez. Debía sentir gran admiración por todo lo estadounidense, en tanto que culminación de sus ideales republicanos, lo que unido a la limpieza y al orden que encontró en la capital, le llenaron de admiración. Le sorprendieron las construcciones, los floridos jardines, así como lo impecable de la vestimenta de la gente. Este gusto por el orden y la limpieza me recuerda el de la Leopoldville colonial, lo que en ambos casos esté probablemente relacionado con el puritanismo religioso de las autoridades. Parece que don Vicente se percató, también, del sentimiento de independencia, que las favorables condiciones impuestas por los estadounidenses no habían conseguido doblegar.
Pero sigo echando en falta una crónica más próxima a la vida cotidiana, lejos de tantas estúpidas generalizaciones, siempre falsas por muy acertadas que parezcan, y por muy culto y perspicaz que sea el observador. En ese sentido, en ocasiones suelen resultarme refrescantes crónicas como las de "españoles en el mundo" o "callejeros viajeros". Aunque la gente suele dejarse llevar por un cierto afán escenográfico, que conozco bien porque he sido guía durante algunos años. El caso que más me gustó fue el de un español quemado con su mala fortuna, que añoraba la patria de sus recuerdos y echaba pestes de la isla del Pacífico en la que había terminado, y que era una de esas a las que la gente sueña viajar.
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