16.11.12

MEDITERRÁNEO


X y yo hicimos algunos viajes arqueológicos al sur de Navarra. No recuerdo los lugares. Estaban perdidos en campos de cereal, o en paisajes esteparios cubiertos de gravas y tomillo. Al principio no veía nada. Todo me parecían piedras. Mi guía hizo que me fijara detenidamente. Entre ellas había trocitos de cerámica de un material de color granate, de un brillo opaco: restos de platos, canicas de niños, vasos, potes, etc., que los habitantes de una ciudad fortificada, de la que aparentemente no quedaba otro rastro, habían arrojado por encima de la empalizada defensiva. X me contó que dedicaba un tiempo a enterrar tuberías viejas, grifos, arandelas, tuercas y demás chatarrilla, para que fuera encontrada por los ladrones de monedas, quienes, equipados con detectores de metales, destrozaban los yacimientos. Ahora vive en África, y quizá ya nadie se encargue de esa labor. Otras veces encontramos capiteles desgastados pero aún reconocibles, arrojados a la orilla de los campos como piedras molestas para el cultivo que eran. Y en Tudela, la cerámica, que era blanco amarillenta en lugar de roja, aparecía vitrificada y con letras árabes escritas en ella.

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