A Yorgos Cachímbalis.
Llegamos a la vida una mañana
radiante como un manto de plata dorada,
temblaba nuestra alma de premura
anhelante, nosotros, rebaño incalculable.
Sin quererlo, las miradas de todos
buscaban, allí en la lejanía, conocer
en la mar, en el bosque, la honda
experiencia que un día así nos otorgó
y poco a poco el amor fue disponiéndolo
para levantar jardines en el aire.
Como el árbol que yergue su copa
en primavera y sirve a las aves de reclamo,
la propicia desazón del pensamiento
engalanada, sin desaliño alguno,
íbamos seduciendo en la entraña del recóndito valle
del mundo que ignoramos.
Marcados por la debilidad
ya no nos importa ni la juventud ni la vejez
en nuestro empeño por hallar un nido
donde levantar jardines en el aire.
Ceniza es la vieja discusión
y el silencio, aceite derramado,
no es ni temprano ni tardío,
arde nuestra brasa en la tiniebla.
Nuestro amargor es duro cabezal,
el olvido asilvestra la ausencia
y el recuerdo regresa sin piedad
a cantar la razón que traían las pasiones
y nos quedó como único consuelo
levantar jardines en el aire.
Destino que nos robaste el aliento,
no te vengues -a nuestros cuerpos ignorantes
no pudieron pulirlos, no sabían-
auxilia y alívianos el corazón
para levantar jardines en el aire.
Londres, 10-XI-1931.
Yorgos Seferis/ Pedro Bádenas de la Peña
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