"... la crítica occidental, y particularmente la
norteamericana, acogió entre algodones en todo momento la música de Shostakovich, pero gustó de construir alrededor de su figura
un resbaladizo mito: el del músico dual, que trabaja para el
régimen que le da de comer, pero que llena de "claves" políticas
ocultas su música como mensajes enviados al mundo libre de la
única manera que se puede hacer desde el mundo oprimido, es
decir, a través de una creación críptica, simbólica y altamente
intelectualizada (3). Este discurso prevalece todavía, y así,
frente al declarado "mastodontismo" de la obra sinfónica de
Shostakovich, patriotrera y vociferadora de los logros revolucionarios
unas veces, antibélica y antifascista otras, enloquecidamente
decibélica siempre, el ciclo de los Cuartetos nos mostraría
no sólo al Shostakovich más íntimo sino también al más
sincero y creíble; desde luego bastante amargado por no poder
dar rienda suelta a su vocación democrática en su propio país.
No es mi deseo, claro está, pretender desmontar todo este estereotipo,
pero sí plantear algunas reflexiones que inciten a la polémica,
que sigo creyendo válida y necesaria para comprender la
música de un compositor todavía en una buena parte desconocido.
No acabo de ver, efectivamente, a un Shostakovich en el que
se enfrenten sus sinfonías a sus cuartetos, como si del mal y el
bien se tratara, entre otras cosas porque -salvo un veinte por ciento-
el ciclo sinfónico encierra una música extraordinaria y menos
maniquea políticamente de lo que se ha querido ver. Sí a un
"trabajador" de la música en el más esquemático y simplista sentido socialista del término que, enfrentado a una clase política altamente
burocratízada e insoportablemente dirigista, se traga el
sapo de hacer de vez en cuando algún "bodrio" musical para satisfacción
del dictador ideológico de turno. Lo cual, musicalmente,
no determina más que el por otro lado corriente "modus
operandi" del que para oponerse al sistema desde dentro hace
concesiones, y a veces inteligentes concesiones. Por otro lado,
no hay más que fijarse en los conjuntos de las grandes obras de
los grandes compositores de otros tiempos, si no muchas veces
sujetas a dictaduras políticas sí a circunstancias creativas con,
como mínimo, similares limitaciones. O de otra manera: ¿deja
de ser Beethoven el inconmensurable autor del Cuarteto op.132,
por decir algo, por el hecho de haber escrito La batalla de Vitoria ?
Políticamente Shostakovich pudo ser un personaje discutible
(desde luego ni tan "bueno" para unos como "malo" para otros),
pero musicalmente eso dio, afortunadamente, menos nefastos resultados
de los que, interesadamente, algunos han querido resaltar.
Musicalmente, en mi opinión, la extensísima obra de
Shostakovich tiene el problema de casi todas las que lo son: conlleva
ostensibles lagunas de inspiración, asunto que en todo caso
en ocasiones se agrava por el programa "político" al que tenía
que ceñirse, por razones tan obvias a veces como el que no
le apeteciera mucho visitar los paredones stalinianos. Pero musicalmente
la media de calidad e interés es altísima, y en el caso
de los Cuartetos, memorable. Y si la expresión del artista parece
(¿es?) más sincera en ellos que en las obras de gran aparato
sonoro, las razones no hay que buscarlas fuera de la naturaleza
del propio género cuartetístico, en sí mismo seguramente el más
adecuado para que un músico mire hacia dentro de sí mismo olvidándose
del mundo...."
Líneas de Pedro González Mira, leídas aquí. En el mismo lugar, y probablemente del mismo autor, puede leerse:
"... Cuarteto núm. 9 en Mi bemol mayor, Op. 117
Fecha de composición: mayo de 1964
Duración aproximada: entre 26 y 28 minutos
Fecha del estreno: Moscú, 20 de noviembre de 1964
Referencias: Sinfonía núm. 13, Katerina Ismailova
Tras el venturoso año del Cuarteto núm. 8, los primeros de
la década de los 60 resultan especialmente interesantes, para el
compositor y también para la Unión Soviética. El XXII congreso
del Partido, aunque no permite que se haga público el discurso
de Kruschov, avanza considerablemente en el proceso de desestalinización
del país: Kruschov, a pesar de su conocida ignorancia
en materia artística, "abrió la mano" y permitió a los creadores
ciertos lujos. Por ejemplo, miró hacia otro lado cuando se
hablaba de arte abstracto o de literatura simbolista; y también fue
sensible ante las denuncias de antisemitismo. Claro que en materia
musical, la dodecafonía seguía siendo sinónimo de cacofonía.
.. Pero algo se movía: Bernstein había podido dirigir en Moscú
la maldita "Consagración" de Stravinsky (que como podemos
leer en "Testimonio", las ya mencionadas "memorias" noveladas
por Volkov, a Shostakovich le gustaba bien poco), y lo que
todavía fue mejor, el mismo Stravinsky visita la Unión Soviética
en 1962, invitado, por cierto, por el más arriba mencionado
Jrennikov, máximo especialista en cambios de chaqueta en los
últimos 30 años de la vida musical rusa.
Y a todo esto Shostakovich seguía contemporizando con el
régimen (su Sinfonía núm. 12 le había proporcionado un especial
pedigrí comunista; cuánto más no le "reportaría" su ingreso,
al fin, en el Partido Comunista): logró "colar" el estreno
de su desde hacía más de un cuarto de siglo repudiada Sinfonía
núm. 4 y escribió su más patético y feroz ataque al antisemitismo
imperante, la Sinfonía núm. 13 "Babi Yar". Pero también transigir
y arreglar considerablemente la "Lady Macbeth " para, con
el nuevo nombre de Katerina lsmailova, poder verla otra vez
representada. Pues bien, en estas circunstancias van a ver la
luz los Cuartetos núms. 9 y 10.
Shostakovich dedicó la primera de esas dos partituras a Irina
Antonovna Supinskaia, con la que se casó en otoño de 1962. En
una carta al compositor y amigo Vissarion Shebalin le decía: "Me
he casado. Mi mujer sólo tiene un defecto: acaba de cumplir 27
años". De manera que sus ilusiones y su actividad, frenética, se multiplicaron. Tanto que apenas tenía tiempo para escribir música. Su nuevo cuarteto vio la luz entre el 2 y el 28 de mayo de
1964 casi a matacaballo, pero no por eso resultó ser la pieza que
Shostakovich tenía intención de componer: de la voluntad inicial
de hacer un cuarteto breve y alegre, pasó a reincidir en la ya
muy trabajada idea de una pieza con sus movimientos encadenados
y de una estructura sonora que fuera más allá de lo camerístico.
Vuelve a ser una pieza de larga duración, escrita en cinco
movimientos. La fantástica intensidad dinámica del primero
-Moderato- se prolonga en el Adagio, un tiempo completamente
homofónico que comienza con un solo de viola y pronto desemboca
en un Scherzo (Allegretto) típico del autor, lleno de ironía
y mordacidad. El cuarto tiempo -Adagio- se desarrolla en
forma salmódica sobre un expresivo pero introvertido clima entre
acordes en pizzicato que confieren al conjunto un ambiente
casi sepulcral. Y el Allegro final, que triplica en duración a cualquiera
de los otros cuatro, es una especie de recopilación de los
materiales precedentes en una planificación sonora general que
supone un total cambio, casi brusco, de atmósfera. Una vez más,
sorprende la relación entre variedad y unidad, entre la exuberante
riqueza de ideas y la coherencia formal. No hay duda: el autor
ha alcanzado su gran madurez cuartetística..."
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