Esta obra de arte contemporánea me ha gustado y no me ha gustado, a partes iguales:
Me ha gustado su compromiso, su sobriedad, y también su coherente aparatosidad.
No me ha gustado, en cambio, que no represente la naturaleza del poder en España. Esta obra habría supuesto un riesgo real de muerte o de cárcel si se hubiera realizado en Moscú, Whashington, Pekín..., pues en esos lugares sí creen en ese tipo de parafernalias del estado, por lo que algo así habría representado una burla inaceptable.
Pero el poder en España no es así. Ese, a mi entender, es el reto y la función de un arte político en este país: dar una identidad al poder y hacer patentes sus mecanismos.
Yo, que he vivido en Madrid unos años, encuentro muy difícil definir su statu quo. Y no lo encuentro reflejado en este desfile.
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