"... Maurice Ravel posó el 24 de agosto de 1930 en Ciboure, su localidad natal, rodeado de cuatro pelotaris. Los actos que aquella jornada festejaron la inauguración del muelle Maurice Ravel incluyeron un partido de pelota, y el compositor se dejó retratar al término del encuentro exhibiendo una ligera sonrisa que contrasta con el gesto adusto de los pelotaris.
Ravel, figura huesuda con el pie izquierdo adelantado. Camisa impoluta, chaleco, corbata y una chaqueta de nobles arrugas de la que asoma un pañuelo claro. La mano izquierda en el bolsillo y la derecha sosteniendo un Gauloise. Tras los discursos y antes del inevitable concierto, el músico quiere concederse un instante de tregua, un leve sosiego. Se encuentra en casa, bendecido por el sol de la infancia que lo aleja unos instantes de su catálogo de obsesiones. Sonríe, es todo. Clarinete requinto en mi bemol.
Maurice Ravel posó el 24 de agosto de 1930 en Ciboure, su localidad natal, rodeado de cuatro pelotaris. Los fastos estivales que aquel día celebraron el bautismo del muelle Maurice Ravel incorporaron un partido de pelota, y el célebre compositor se dejó fotografiar nada más concluir el encuentro mostrando una media sonrisa –extraña rima con la expresión grave de los pelotaris–.
Ravel, figura desmadejada con el pie izquierdo adelantado. Había nacido 55 años antes en la única casa de estilo holandés de la fachada marítima de Ciboure, la que mira al puerto de San Juan de Luz. Es cierto que no había vivido allí más de cuatro meses, pero no lo es menos que durante el verano buscaba en la Costa Vasca el refugio que no encontraba ni tan siquiera en su personalísima vivienda en las cercanías de París. Por fin se encuentra en casa, adormecido por las olas de la niñez que lo alejan unos segundos de su agotador afán de perfeccionismo. Sonríe, es todo. Saxofón sopranino, expressivo, vibrato.
Maurice Ravel posó el 24 de agosto de 1930 en Ciboure, su localidad natal, rodeado de cuatro pelotaris. Entre los eventos que aquella fecha acompañaron el alumbramiento del muelle Maurice Ravel no faltó un partido de pelota, y el autor del Bolero se dejó inmortalizar al finalizar el encuentro sin evitar una tenue sonrisa que plantea una viva disonancia con el semblante pétreo de los pelotaris.
Ravel, figura algo enclenque con el pie izquierdo adelantado. Un hombre que ha alcanzado la cima con una composición que le persigue: el recurrente Bolero que acaricia ya unas cotas de popularidad inimaginables. Una pieza que él mismo definirá como “vacía de música”. Una obra que los concertistas virtuosos se empeñan en adornar despojándola de su escritura sencilla y directa. Pero hoy no es el día de discutir con Toscanini. Se encuentra en casa, acunado por la brisa de los primeros recuerdos que lo alejan unos segundos de sus manías cotidianas. Sonríe, es todo. Madera.
Maurice Ravel posó el 24 de agosto de 1930 en Ciboure, su localidad natal, rodeado de cuatro pelotaris. El muelle donde nació acababa de recibir su nombre. Así que, entre los pequeños acontecimientos que sirvieron para aplaudir tan singular hecho, figuró un partido de pelota, al término del cual el homenajeado se dejó capturar por la cámara exhibiendo una mirada agradecida flanqueada por la rigidez devota de los pelotaris.
Ravel, figura teatral con el pie izquierdo adelantado. Ninguna nube hace presagiar las sombras de la década que comienza: los años treinta que convertirán el Bolero en una pieza sujeta a interpretaciones inesperadas. ¿Y si en la repetición mecánica se esconde la metáfora de una tragedia creciente? Hoy no. Hoy Ravel sólo se encuentra en casa, con los sentidos amortiguados por la sencillez de una fiesta que le arranca unos instantes de sí mismo. Sonríe, es todo. Madera, violines y trombón.
Maurice Ravel posó el 24 de agosto de 1930 en Ciboure, su localidad natal, rodeado de cuatro pelotaris. Flautín, flautas, saxofones. Nacía el muelle Maurice Ravel para homenajear al lugar en el que había nacido el músico, el autor del Bolero. Entre los regalos, un partido de pelota que concluye con una fotografía. Allí está el compositor, empequeñecido ante las figuras excesivas de los pelotaris.
Ravel, una presencia con el pie izquierdo adelantado. Toda la orquesta. Breve estallido de felicidad en la vida de un misterio. Trombones. Pulsión de cuerdas y viento. Absurdo imaginar que esa vida pueda apagarse siete años después víctima de una enfermedad neurológica sin nombre. Se encuentra en casa. Sonríe, es todo. Gran acorde disonante y derrumbe final..."
Artículo de Javier de Frutos, leído aquí.
Lo único que lamento es que El bolero no es lo que más me interesa de Ravel.
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