Debajo de la casa había una bodega húmeda y cuadrada. De sus cuatro paredes colgaban trozos de animales desparejados: patas, cabezas, alas, picos, colas, cuernos, cascos, etcétera, como si fueran retazos que habían sobrado del trabajo. Y no había más.
Una noche entró un gato blanco en la casa y se coló en la bodega. Empezó a dar vueltas por la oscuridad y no encontraba la salida. Se puso a gatear por la pared y tropezó con el primer despojo. Al sentir tacto de plumas lanzó un maullido y un resoplido que despertó al maestro y a Alfanhuí. Ambos bajaron a la bodega con un farol, y encontraron al gato, que tenía en la boca un cuello de cisne, con cabeza y todo. El cuello de cisne hacía contorsiones como si estuviera vivo y tiraba picotazos contra la frente del gato porque éste le apretaba por los tendones, y como le daba miedo no sabía soltarlo. El gato se lanzaba a grandes saltos contra las paredes y hacía chispas amarillas al rozar sus uñas con las piedras. El maestro hizo señas a la criada para que cogiera al gato. La bajó en brazos hasta la bodega porque con las ruedas no podía bajar sola. La criada cogió al gato sin vacilar, y éste soltó el cuello del cisne y la mordió en una muñeca. La muñeca sonó a pergamino y la criada no se inmutó. Volvió a cogerla en brazos el maestro y la subió al piso. Todos se volvieron a la cama, y la criada se acostó sin soltar al gato, que se estuvo debatiendo toda la noche. A la mañana siguiente la criada estaba toda destrozada. Tenía la piel de los brazos, del pecho y del cuello arañada y hecha jirones y se le salía el relleno.
Con el gato hicieron cordeles para relojes de pesas; con sus uñas, un rascador para peinar pieles; con su esqueleto, una jaulita para ratones, y con la piel, fabricaron un tamborcito y curaron a la criada. El maestro le colocó los algodones y le cosió unos parches con la piel del gato, fresca todavía. Luego curtió los parches sobre el mismo cuerpo de la criada. Disecaron del gato tan sólo la cabeza y la exhibieron en el escaparate.
A la criada se le secaron pronto aquellos parches y se puso buena otra vez. Pero otro día se la dejaron a la lluvia y se amolleció. También sanó de ésta, pero quedó más seca y encogida. Algún tiempo después enfermó de ictericia y se puso toda verde.
Así fue la criada de dolencia en dolencia, hasta que un día murió. Alfanhuí y su maestro la enterraron en el jardín con una lápida grabada con vinagre que decía: ABNEGADA Y SILENCIOSA
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