La música adolece del extraño rito del aplauso, que supongo está bien como colofón de las intervenciones intencionadamente destinadas a la aprobación del público (pienso en las sinfonías de Beethoven, por ejemplo), pero que es chocante en, por ejemplo, la música sacra. Y el aplauso está vetado en los ensayos de las obras destinadas a ser aplaudidas.
Yo, como asistente a los conciertos, siempre he sentido escrúpulo por cumplir la obligación social de aplaudir. Sin embargo lo he percibido como muy agradable en los conciertos de los debutantes, en los que familiares y amigos hacen del aplauso una fiesta.
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