"... Entonces se puso a mirar los árboles y los anchos campos con las chozas con techos de paja, medio escondidas entre las cosechas... Las contemplaba con extraños ojos, incapaz de captar su tamaño, su proporción y el uso de las cosas..., y estuvo mirando, inmóvil, durante media hora. Mientras tanto sentía, aunque no podía expresarlo con palabras, que su alma iba desligándose de cuanto le rodeaba: como si fuera una rueda dentada desconectada de cualquier maquinaria, como aquella inútil rueda dentada perteneciente a una trituradora de azúcar de mala calidad, que estaba allí tirada en un rincón. La brisa lo acariciaba suavemente, las cotorras le gritaban, y el ruido que hacía la gente en la parte trasera de la poblada casa -querellas, órdenes y disputas- llegaba hasta sus sordos oídos. «Yo soy Kim. Yo soy Kim. ¿Y qué es Kim?», su alma repetía esta pregunta sin cesar. No tenía ganas de llorar -en su vida había sentido menos ganas de llorar- y de repente unas estúpidas lágrimas le resbalaron por las mejillas, y con un fuerte estremecimiento sintió que las ruedas de su ser se engranaban de nuevo en la máquina del mundo. Las cosas que un minuto antes se reflejaban en su pupila como objetos extraños, adquirieron de repente sus justas proporciones. Los caminos servían para marchar sobre ellos, las casas para vivir en su interior, el ganado para apacentarlo, los campos para ser labrados y los hombres y las mujeres para charlar con ellos. Todas las cosas eran reales y verdaderas -sostenidas sólidamente
sobre sus pies; perfectamente comprensibles-, barro de su mismo barro, ni más ni menos. Se sacudió
como hace un perro cuando se le posa una pulga en la oreja, y salió al campo..."
sobre sus pies; perfectamente comprensibles-, barro de su mismo barro, ni más ni menos. Se sacudió
como hace un perro cuando se le posa una pulga en la oreja, y salió al campo..."
Fragmento del último capítulo de la novela "Kim", de Rudyard kipling.
...
...
"... De pronto yo caminaba y no caminaba
miraba los pájaros volar y eran de piedra
miraba el aire del cielo y era opaco
miraba los cuerpos bregar y estaban quietos
y enmedio de todos ellos ganaba la luz una figura.
Los negros cabellos se derramaban por su cuello, las cejas
poseían el aleteo de la golondrina, voluptuosa
sobre sus labios la nariz y el cuerpo
surgía desnudo de la brega
con los senos inmaduros de una virgen,
una danza sin movimiento.
Bajé la mirada hacia mi entorno:
muchachas amasando y la masa no tocaban
mujeres hilando y los husos no giraban
corderos abrevando y su lengua detenida
sobre las aguas verdes que parecían dormidas
y el pastor quieto con su cayado en suspenso.
Volví a mirar aquel cuerpo que emergía;
muchos se habían apiñado, como hormigas,
con palos la daban sin herirla.
Su vientre brillaba ahora como la luna
y hubiera creído que el cielo era la matriz
que la engendró y volvía a recobrarla: madre y criatura.
Sus pies eran aún de mármol
y se desvanecieron: una asunción.
El mundo
volvió a ser como era, nuestro,
hecho de tiempo y de tierra..."
Éngomi, poema de Yorgos Seferis.
2 comentarios:
La prosa y el poema des desprendimiento... Es buena la primera, la segunda es sublime.
Verdaderamente sublime.
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