27.1.14

EL SUEÑO DE LAS COSAS

No sé qué buscaba aquella noche que me acerqué a la escuela. Era el treinta de diciembre de este año pasado. El campus estaba desierto. No sabía de las últimas reformas. Habían demolido el muro perimetral hasta unos pocos decímetros sobre el suelo, y retirado el portón corredero de acceso. La vista era sobrecogedora. El edificio descansaba en la oscuridad, tan sólo levemente iluminado por el resplandor amarillento del cielo nocturno. Aquel silencio visual, sin duda buscado, era como de otro tiempo. Proporcionaba al edificio un empaque clásico, griego, que hacía décadas que no disfrutaba. No sospechaba que Pamplona pudiera volver a sorprenderme con una lección de elegancia.


Ni siquiera las piedras más gloriosas se libran de la vigilia forzosa, y no podemos sospechar la belleza que perdemos con ello.

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