18.7.14

LA AVENIDA SINGRÚ II, DE INCIDENCIAS (1931-1971?), DE CUADERNO DE EJERCICIOS II, DE SEFERIS

LA AVENIDA SINGRÚ, II

La avenida Singrú, el puente con dos ensenadas y dos
     cimas,
que nos ponía a prueba y nosotros a ella, omitiendo
     los carteles de atención
hasta descubrir la amargura y el amor que llenaba el mar
     sereno y azul,
tachonado de islas, ornado de vapores y veleros;
la avenida Singrú ancha y discreta esconde y retiene
     para mostrar luego de pronto
el cuerpo desnudo de una sirena con su melena suelta
     hasta el horizonte,
con su cuerpo rosado medio sumergido en el vinoso mar,
     con el busto
volcado y roja en la orilla cuando empezaba a ponerse
     el sol;
el paseo de serenos turbintos, pero paseo que nos enseñó
     la gimnasia
para abandonar en ocasiones a los amigos, el amor y la 
     música
para partir sin saber dónde nos surgirá la orilla-
Tuve un sueño, Fabricio, sumergido en mar índigo que
     asfixiaba el letargo.
No era Mussolini quien hacía la guerra al Ras, sino
     nosotros,
éramos nosotros, los cristianos; los etíopes nos pisaban
     los talones,
echaban barcos al mar, mandaban mensajeros y decían:
"Vosotros sois los que os portáis mal y decís estupideces,
     los que siempre comenzáis algo y no lo termináis,
hemos decidido -ya habéis visto lo que es bueno- daros un
     rey que os meta en cintura".
Y nosotros -que habíamos visto lo que era bueno- para
     ser consecuentes exclamamos en seguida: "¡Viva el rey!",
hicimos un referéndum para demostrar que somos un pueblo 
     libre.
Y llegó el rey a Azufaifos con plumas y barba negra, muy
     moreno, Ras Pupunabi.
En su hombro se posaba un mico de trasero colorado,
     sujeto con una cadena de oro a un ojal
de su levita y en su mano izquierda sostenía un papagayo;
iba descalzo y nosotros también descalzos gritamos: "¡Salve
     y gloria a nuestro soberano!"
Después, el rey, el papagayo y el mico enfilaron triunfalmente
     la avenida;
tambores y fanfarrias, cascos de caballerías y gritos,
     parecía una tormenta de chatarra
que barría la avenida Singrú y atravesaba arcos variopintos:
una nube de gallardetes en el cielo, auténtica plaga de
     chicharras teñida de mil colores.
Subió el cortejo por la avenida y se detuvo ante una inmensa 
     columna.
Allí pendía el escudo real tallado en noble madera
por tres reputados artistas que por tres meses estudiaron
     las salas de arte negro del Museo Británico,
sobre el escudo campeaba en letras de oro el lema de la
     dinastía: "A perpetuidad".
Saltó el rey al verlo y dejó al mono, al papagayo y sus
     harapos,
dijo que tocaran los panderos para bailar y comprender
     así nosotros su contento.
No fue una danza, fue un torbellino, un estruendo el vocerío
     y el ritmo, tramontana
enfurecida en la columna vertebral de la avenida Singrú,
     la azotaba y partía,
se estremecía la desdichada en medio de la pesadilla, rugía
     y calculaba cuándo se abriría la tierra...
Ese es el suelo, Fabricio. No sé cuándo despertará
     nuestro paseo.

25-XI-1935.


Yorgos Seferis/ Pedro Bádenas de la Peña

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