En un extraño afán por prolongar las horas de visita y sus ingresos, los pequeños políticos de todo el mundo iluminan los monumentos que administran (castillos, templos, puentes...), y cualquier cosa puede fotografiarse veinticuatro horas al día. Junto a esa medida, se pavimenta, amuebla y decora el entorno conforme a la supuesta estética del objeto que se pretende poner de relieve. Y lo que es peor: se demuele lo que se considera que no es acorde con ella. Todo lo descrito constituye una falta de respeto, que en el caso de los templos griegos raya el sacrilegio. Porque la arquitectura griega antigua es la quintaesencia del respeto por una naturaleza habitada por dioses. Pero nadie se queja; nadie añora el misterio de las piedras bañadas solamente por la luz de la luna, revoloteadas por murciélagos y no por escuadrones de insectos atraídos por los haces de luz artificial.
Solamente el paso del tiempo, la dejadez, la falta de presupuesto, el paso de la moda, hacen que todo vuelva al abandono primitivo y las hornacinas que albergaban los focos permanezcan, pero devencijadas y sin más función que la restar dignidad al lugar.
(Fotografía del templo de Poseidón en el cabo Sunion, en un feliz momento de descuido de la administración pública. Encontrada aquí)
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