10.3.25

LOS CASTILLOS DE EUROPA

Al pronunciar esas palabras nos vienen a la mente las imágenes de la Historia y, más recientemente, del turismo. Los castillos son objetos, ya inservibles, que parecen corresponder a una realidad primitiva, lejana, que se nos antoja ajena. Sobre ellos proyectamos nuestra realidad, y en ellos vemos unas atalayas, unas ruinas; una herencia de nuestros antepasados; una fantasía cinematográfica protagonizada por caballeros hidalgos y damas que representan la dignidad, el orgullo con el que recubrimos lo que sentimos nuestro para aumentar nuestra dignidad; un cuento de hadas.

Pero los castillos, en realidad, son la concreción física remanente de una realidad trágica: la de necesitar defenderse del vecino, que venía a saquear lo ajeno y violar, esclavizar y matar a sus ocupantes. Y para ello sus ocupantes debían organizarse de una manera cruel, como siervos de señores más o menos mezquinos y con gran poder. Y la defensa, o el ataque, no consistía solamente en el uso de la fuerza bruta, sino en la denigración moral del contrario: la pertenencia a otro señor, a otro rey, a otra religión, permitía legitimar la usurpación de todo lo suyo en mi beneficio.

Pero, aún después de considerarlo de esta manera, todo lo expuesto sigue pareciéndonos algo lejano, en la fantasía de que vivimos en una época mejor que ha superado todas aquellas miserias. Pero nos equivocamos gravemente: deseamos justicia, paz, prosperidad, pero todo eso parece no poder conseguirse más que a costa de terceros. Y entonces tomamos conciencia de que estamos enrolados en grupos destinados a defenderse y atacar; nos sorprendemos denigrando y saqueando a los ajenos. Como siempre. La diferente religión, lengua, color de piel, riqueza, clase, casta, permiten despojar de dignidad al otro, reduciéndolo a una piltrafa digna de servir sólo como esclavo.

Y aún nos parece todo esto falto de concreción. Necesitamos ejemplificarlo.

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